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La economía del compartir

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Compartir en vez de tener - Avianca (pdf)

por Enrique Dans

Gabriela Origlia me envió algunas preguntas por correo electrónico para la revista de las líneas aéreas colombianas Avianca, sobre el desarrollo de la llamada “sharing economy”, o economía del compartir, y me cita en su reportaje titulado “Compartir en vez de tener” (en pdf)

A continuación, el texto completo de las preguntas y respuestas que intercambiamos:

P. ¿Qué factores te parece que influyen en el surgimiento de la “sharing economy”?

R. El desarrollo de la “sharing economy” responde a un descenso muy brusco de los costes de coordinación y comunicación, provocado por el desarrollo y popularización de la red y de las aplicaciones móviles. Antes de dicha popularización, poner en marcha y lanzar comercialmente mecanismos que coordinasen oferta y demanda era una tarea compleja y al alcance de pocos, lo que generaba mercados caracterizados por la ineficiencia. En el mercado del transporte de pasajeros o en del alojamiento turístico, por poner dos ejemplos de reciente actualidad, existían bolsas muy importantes de capacidad ociosa en manos de personas que no podían, aunque lo deseasen, ofrecer sus servicios como conductores o como prestadores de alojamiento, porque carecían de un mecanismo que les permitiese hacerlo fácilmente y con las adecuadas garantías. A partir de la popularización de la web y del fenómeno smartphone, surgen prestadores de servicios que ponen en marcha plataformas de coordinación basadas en mecanismos sencillos que facilitan la comunicación entre oferta y demanda posibilitando un aprovechamiento más eficiente de ese mercado. Si añadimos una capacidad de comunicación cada vez al alcance de más compañías, tenemos el surgimiento de la “sharing economy” como fenómeno que algunas compañías, como Uber, Lyft o Airbnb, entre otras, tratan de explotar.

P. ¿Qué rol juegan las redes sociales?

R. Las redes sociales generan, en primer lugar, un efecto indirecto: al ser una de las aplicaciones de implantación más popular, su uso funciona como un incentivo para la adquisición de smartphones y planes de datos, contribuyendo a la popularización de una plataforma que ha resultado fundamental para el desarrollo de las apps que sustentan la “sharing economy”. Además, juegan un claro papel de canal de comunicación: en un tejido social de uso tan intenso y popular como el actual, las buenas ideas circulan a gran velocidad. Finalmente, algunos mecanismos básicos de la “sharing economy”, como la evaluación colectiva (que permiten puntuar al prestador de un servicio y proporcionar una medida de su calidad y un incentivo para mantenerla), también se originaron en plataformas sociales.

P. ¿Te parece que es posible desplazar la fórmula costo/beneficio que domina hoy las relaciones económicas? ¿Qué perspectivas de crecimiento le vez a la “sharing economy”? ¿Hay sectores más permeables a este esquema?

R. El efecto de la “sharing economy” desde un punto de vista económico es un aprovechamiento más eficiente del área situada bajo la curva de la oferta y la demanda: gracias a mecanismos eficientes, surgen nuevos incentivos para prestadores de servicio que satisfacen las necesidades de determinados clientes, que optan por esa oferta frente a la tradicional. Los sectores más permeables son los caracterizados por niveles de ineficiencia más elevados: en el caso del transporte de viajeros, es claro que algunas de las restricciones que convierten de manera artificial la oferta en escasa están diseñados no para favorecer al usuario, sino a quienes adquieren unas determinadas licencias y a quienes las conceden. Pero esas licencias, ante el desarrollo de una capacidad ociosa y de unos usuarios dispuestos a hacer uso de ella, no son capaces de mantenerse como restricciones artificiales, y terminan por caer a medida que la sociedad detecta que no tienen sentido.

P. ¿Cómo enfrenta la competencia estas propuestas?

R. Lo que más caracteriza la reacción de los competidores tradicionales es la desinformación. En la mayor parte de los casos, lo que vemos es un descrédito del nuevo entrante en virtud de criterios falsos, basados en información tendenciosa, o directamente sin sentido, carentes de datos. El resultado son argumentos extremadamente fáciles de desmontar, lo que redunda en un importante apoyo popular a los nuevos entrantes y un descrédito de los tradicionales. Otras reacciones, como las huelgas o las denuncias, suelen generar igualmente reacciones negativas en los consumidores, contribuyendo a posicionar a los competidores tradicionales como “defensores de sus intereses” frente a unos nuevos entrantes que tratan de generar mercados más eficientes y con mejores condiciones.