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Nuestros niños, la tecnología y una sociedad en decadencia

Nuestros niños, la tecnología y una sociedad en decadencia Por: Cristian Huerta para elquintopoder

La tecnología está al alcance de los hombres, cada vez se encuentra más cerca y accesible para todos, tanto así que hoy en día se manifiesta a disposición de la sociedad como un bien cotidiano e incluso necesario, sin ir mas lejos, es lo que nos esta conectando ahora mismo, emisor y receptores de esa humilde opinión. “La tecnología como herramienta importante para el proceso evolutivo de la comunicación de la sociedad”,  o por lo menos así debiese ser, tendría siempre que contribuir al desarrollo de lo que somos como individuos y principalmente como miembros de una misma comunidad.

Pero no es así, la sociedad no se está comunicando, ya no estamos compartiendo nuestros momentos (ni siquiera nos planteamos si está bien o mal que ésto ocurra). Nos encontramos sumergidos en un despecho apático hacia el resto sin importarnos lo que ocurre mas allá de nuestra propia nariz. En los espacios públicos ya no compartimos ni siquiera las ansiadas miradas cautivantes, no somos cómplices de una felicidad en común, ni de una tristeza que necesitemos hacer simultánea. Nos encontramos siempre inmersos en una introspección decadente que construye una burbuja de hierro en nuestro metro cuadrado, del cuál no queremos salir prácticamente en ningún momento del día, pues no necesitamos nada mas que nuestro celular último modelo con conexión a Internet para sentirnos parte del mismo mundo, en una misma “red”. Nos limitamos a mantener una cotidianidad perturbada por la soledad, o mas bien, por el ciber-acompañamiento.

Hoy nos encontramos en el peor de las escenografías para esta obra que pareciera estar pauteada y dirigida simplemente a la involución insípida y trágica de nuestra sociedad.

Hace unos días me encontré con una campaña publicitaria de computadoras portátiles y “tablets”(ni siquiera sé si la traducción exacta mantiene las características de éste elemento moderno).Dos minutos de publicidad en la televisión española que incentivan a “vivir nuestras emociones de otra manera”.  Una niña toma con sus manos un ciber-pincel, se enfrenta a una impecable pantalla “touch” que se encuentra en un escritorio perfecto, todo como nuevo; de fondo su madre  también perfecta que de escorzo observa la situación mientras la niña se prepara a hacer un dibujo. Una pintura de algunos colores que brillan en el cristal y que toman forma a medida que mueve el ciber-pincel de un lado para otro, luego de algunos segundos de “creatividad” decide imprimir su ciber-pintura, y con sus intachables manos y con su ropa que mantenía su condición de nueva, dispone la “obra de arte” frente a la pantalla de la computadora y se la enseña a su padre que no cabe en sí de tanto orgullo y felicidad.

Es una lástima que usemos la tecnología además de alejarnos de nuestros pares, para maleducar a nuestros niños, para ensimismarlos y para cortar sus alas. Utilizar la tecnología, tan elemental como indispensable en la vida de hoy, para alejar a los niños del descubrimiento de un pincel que se hace espacio en un bote de pintura y que luego traza un mundo mágico inexplicable e inentendible para nuestros ojos contaminados. Estamos prohibiendo así una fantástica experiencia entre la imaginación del niño, la relación con su entorno, con su familia más cercana y le condicionamos tristemente la manera en la que el niño enfrentará al mundo.

Tengo una hija de 3 años, Emilia,  desde antes de su segundo cumpleaños que ha indagado en sus propias emociones, ha expandido sus alas al expresarse en forma háptica con sus “queridos” lápices, pinceles y decenas de colores, muchas veces prefiriendo incluso recurrir a su herramienta más elemental: sus propias manos. Hemos gozado al observar su alegre e intelectual camino, ver cómo va descubriendo sus capacidades a su propio ritmo, tomando siempre esa experiencia como un juego fantástico al cuál invita inconscientemente a todo quién la rodea. Sólo basta entender que la única regla de su juego, es que no deben existir reglas ni límites y que todo este acontecimiento no se puede medir en “gigabits” ni se podría llegar a comparar nunca con un frío ciberpincel en una impecable pantalla de computadora.

Esa campaña publicitaria sólo nos da cuenta de que angustiosamente buscamos facilitar todas las cosas, acortar todas la etapas y tener la mayor cantidad de posibilidades en la palma de nuestras manos. Nosotros mismos construimos día a día esa burbuja de hierro que nos separa de la sociedad, sepultando así nuestros valores y principios humanos, contribuyendo a la decadencia de la sociedad y dejando nuestra ética primordial olvidada en la “papelera de reciclaje”.