Artículos

¿Por qué votamos a quien votamos?

Por Javier Galué

Por lo general pensamos que lo que votamos y a quién votamos es la opción más adecuada y la realizamos basándonos en razones objetivas y lógicas. Creemos que votamos lo que racionalmente consideramos como apropiado para nuestra sociedad y nos da la impresión de que los que no votan lo que nosotros votamos están equivocados, manipulados o se dejan llevar por corrientes de opinión, en pocas palabras, que no tienen un buen criterio. Pero en los procesos de decisión del voto hay mucho más que eso. Tengo años investigando sobre el tema y además hay muchos estudios realizados en años recientes que demuestran que, aunque no lo creamos, hay muchos otros factores diferentes a los racionales que ayudan a determinar nuestro voto en un sentido o en el otro.

Algunos de esos factores no son los mismos en el momento de responder una encuesta que en el momento de votar y esa es una de las razones de las grandes diferencias que ha habido en encuestas anteriores a procesos electorales como en el Brexit, etc. No siempre esos factores cambian y por eso no siempre la diferencia entre encuestas y votos es realmente amplia.

Pero si pensamos en factores que determinan nuestro voto puede haber realmente muchos, unos que influyen más que otros y algunos cambiantes y dinámicos. La ideología, la actualidad política nacional e internacional, la edad, la situación económica de nuestro entorno y personal, la tradición familiar, la influencia de nuestros círculos sociales, amistades y familiares, los representantes políticos, las noticias, las redes sociales y medios de comunicación que seguimos, etc., son solo algunos de ellos.

También hay unos factores que algunos llaman “factores X” que a primera vista parece que no pero también influencian la decisión de nuestro voto. La comunicación y la psicología juegan un papel importante. De hecho, hay muchos factores que no apreciamos de manera consciente pero que ayudan o incluso determinan nuestro voto, una realidad que se va incrementando en las sociedades modernas en que vivimos. Las emociones pasan a jugar un rol realmente notable en el proceso de decisión del voto, al igual que los prejuicios, y es por esa razón que podemos ser influenciados de manera consiente, pero también inconsciente para votar en una dirección o en otra.

Entre tantos factores podría sintetizar una segmentación inicial mencionando los 3 que se consideran relevantes por parte de muchos investigadores…

La negatividad y la aversión:

La naturaleza a través de los instintos y las emociones nos ha preparado a través de miles de años de evolución para estar muy atentos a estímulos negativos ya que suelen avisar de peligros. Nuestras reacciones a los estímulos negativos son mucho más intensas y las solemos recordar por más tiempo que las que tenemos como respuesta a estímulos positivos. En tiempos remotos, si una persona iba a un pozo a beber agua y tenía una gran alegría o recibía una muy buena noticia, no era algo determinante para la preservación de su vida, pero si por el contrario al beber el agua del pozo (que resulta que estaba contaminada) esa persona pasa muy malos días con problemas de salud, lo más probable es que se acuerde toda su vida que ese pozo no es el apropiado para beber agua y lo evitarás, y además le avisarás a todos los tuyos que no lo utilicen.

Ése es otro efecto importante de los estímulos negativos, que tendemos a comunicarlos a nuestro entorno mucho más y con mayor ímpetu que a los positivos. Por esa razón podemos observar todos los días cómo las malas noticias tienen mucha mayor fuerza de propagación e intensidad que las buenas noticias. Por eso también la gran fuerza de difusión de las posverdades, que son creadas precisamente buscando un formato que la misma gente quiera difundirlas. En las posverdades no hace falta demostrar nada ni hace falta argumentar nada. El simple hecho de que sea una noticia negativa hacia alguien o algo es suficiente, y si además confirma nuestras emociones y prejuicios, mejor aún porque estaremos posiblemente muy dispuestos a difundirla por todos los canales que podamos (recordad el pozo de agua). También cuando nos tratan bien en un sitio se lo decimos unas pocas personas, pero cuando nos tratan mal generalmente se lo decimos a todas las personas que podamos. Está en nuestra naturaleza… Si trasladamos esto a la política podemos inferir que por estas mismas razones solemos votar (aunque no estemos conscientes de ello) en contra de un candidato más que a favor de otro, o en contra de lo que representa un candidato (o la percepción que tenemos) que a favor de lo que representa otro.

Muchos consultores políticos solemos estar conscientes de toda esta realidad, sobre todo los que nos dedicamos a la parte emocional, persuasiva y comunicativa PERO es importante saber que esto puede ser un arma de doble filo porque estos recursos mal empleados, elaborados por personas que no están preparadas para ello, aplicadas en momentos inadecuados o tocando las “teclas” equivocadas pueden desencadenar respuestas opuestas a las esperadas, de mucha intensidad y en ocasiones imparables, con resultados realmente nefastos para el político y el partido político en cuestión.

Hay que estar también muy atentos porque estudios recientes intentan demostrar que el uso excesivo de campañas negativas reducen la participación y el interés de los ciudadanos por la política en general, además de incrementar la desafección por las instituciones y el sistema, y por ende, del voto. Esta es una realidad que podemos observar de manera preocupante en muchos países democráticos.

La percepción:

Lo que percibimos con todos nuestros sentidos sobre una persona o una marca suele conformar nuestra propia realidad. Incluso la apariencia de un candidato nos influye y mucho. No solo el aspecto físico sino también lo que representa esta persona y lo bien o mal que encaja en nuestros parámetros y estereotipos. Hay varios estudios realizados por científicos que estudian la morfología de rostros y sus consecuencias en la política que demuestran que nos dejamos llevar mucho por la primera impresión de una persona y también de un candidato, y hablamos de décimas de segundo. En un cortísimo período de tiempo recibimos mucha información sobre una persona y la etiquetamos internamente de inmediato. Esa etiqueta inicial suele tener mucha mayor fuerza que las siguientes, y eso ocurre inconscientemente, aunque queramos conscientemente argumentar una opinión propia diferente. La casusa de este fenómeno proviene también de nuestra evolución, donde en muy poco tiempo teníamos que saber si alguien o algo podría representar una amenaza o no para nosotros, si venía en son de paz, en son de guerra, para comernos o para aparearse. Nuestros cerebros están capacitados y programados para evaluar en fracciones de segundos a una persona y etiquetarla dentro de nuestros parámetros, ubicándola dentro de nuestro sistema de confiabilidad y prudencia.

Según ese mismo estudio sobre morfología de rostros solemos apoyar de manera inconsciente a la persona (político) que percibimos como más competente (aunque habría que definir exactamente qué es ser competente para cada uno de nosotros) y para ello nos valemos de nuestros prejuicios, experiencias aprendidas, etc. Y no es baladí, también la manera de vestir, de hablar, de moverse, de expresarse, la comunicación no verbal, el paralenguaje, etc., nos afecta y mucho a la hora de decidir por un candidato o por el otro. Otra cosa es que nos demos cuenta de ello, pero os aseguro, es determinante. Eso sí, estamos hablando mucho más de percepciones que de realidades, lo que sucede es que, como siempre digo a mis clientes: “la realidad es realmente la percepción de la realidad que cada uno tiene…”

El miedo:

El miedo es una de las mayores “fuerzas” que mueve a los humanos. Nos puede sacudir o paralizar, pero no nos deja indiferentes. Miedo a perder lo más importante para ti, miedo a perder lo que tienes, miedo a los demás que no son como tú, miedo a perder calidad de vida, miedo a la sensación de inseguridad, miedo a perder el statu quo, etc. El miedo nos mueve y nos estimula con gran intensidad.

El miedo también hace que los ciudadanos nos interesemos más por la política y seamos más beligerantes, incluso intransigentes y hasta extremistas en nuestras posiciones, porque pensamos y sentimos que lo que está en juego es sumamente importante (porque si no, no sentiríamos ese miedo). El miedo es una de las emociones más intensas (incluso algunos investigadores lo clasifican como instinto más que emoción) pero sin duda afecta y mucho nuestro voto.

Tenemos que recordar que los seres humanos por lo general buscamos y ponemos mayor atención en la información que confirma nuestras opiniones y creencias, y solemos desatender a las que no calzan con las nuestras. Cuando tenemos una información objetiva que contradice lo que creemos se produce una disonancia cognitiva (el psicólogo Leon Festinger propuso esa teoría donde explica cómo las personas intentan mantener la consistencia interna porque tenemos una muy fuerte necesidad interior que nos lleva a asegurarnos de que nuestras creencias, actitudes y conductas son coherentes entre sí).

Cuando recibimos información ambigua la solemos interpretar y llevar hacia lo que consideramos coherente con nuestro principios y creencias, por eso en la ambigüedad está también la razón (o la percepción personal de la razón…).

Estudios recientes dejan abierta la hipótesis de que muchos jóvenes votan al contrario de sus padres pero solo por el hecho de votar al contrario, por ser consecuentes con una actitud de “rebeldía” hacía sus progenitores.

Hay muchos otros factores que juegan en el tablero de la decisión del voto que es una de las ramas de investigación que más me interesan y donde llevo años leyendo, trabajando e investigando.

Últimamente está formándose la idea en muchos investigadores de que los ciudadanos nos estamos dejando llevar por la personalidad del candidato a la hora de votar, mucho más que por su ideología o por lo que el partido político representa. Y eso en mi opinión tiene mucho que ver con el surgimiento de outsiders, personas que desarrollan su faceta política fuera de las organizaciones que luego le sirven como plataforma o maquinaria electoral. También la situación internacional, la situación del país, región o pueblo donde vivamos, la tradición de voto, el clima, los hechos fortuitos que se puedan presentar, la situación personal de cada ciudadano y de sus familiares, los símbolos cognitivos, las redes sociales y su impacto, la posverdad, los escándalos públicos. etc., son algunos factores adicionales que los consultores políticos tenemos que tener siempre presente en todo momento, en la campaña continua y en las campañas puntuales porque definitivamente afectan la decisión del voto. No todo es lo que parece y no todo lo que parece es en política, y mucho menos en consultoría política.

Y como siempre incluyo a las emociones como uno de los aspectos que más influencian a los votantes y a sus decisiones y acciones políticas. Las emociones son cada vez más protagonistas en la realidad política y su efectividad es indiscutible. Gestionar las emociones en la política no es nada fácil. Como decía antes en este mismo artículo, son un arma muy potente pero que fácilmente puede dispararse en contra del que la manipula y utiliza, con una potencia igual o superior a la que pretendía utilizar. Por eso la especialización en las emociones por parte de los consultores profesionales es indispensable para su manejo correcto y certero.

Como conclusión, los disparadores de las razones que nos impulsan a votar por una opción u otra son múltiples. Saber manejarlas, gestionarlas, encenderlas o apagarlas dependerá de la pericia y experiencia de los consultores políticos, de sus estrategias y de las cualidades de los políticos y sus organizaciones en ponerlas en práctica. En mi opinión, dentro de todas ellas la comunicación, las emociones y la persuasión pasan a ser determinantes.

Fuente