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Agricultura 4.0: los ‘agripreneurs’ toman el sector al asalto con la ciencia y la tecnología en sus manos

Hay países en los que la agricultura es una actividad económica bien vista y con buena reputación social. Hay otros países en los que se ve un poco como de otra época, si bien se reconoce abiertamente que es una actividad económica vitalmente necesaria para la sociedad. Y por último hay unos cuántos países en los que tener un hijo y que decidiese dedicarse a la agricultura suponía una desgracia familiar.

Pero en este último tipo de países, esa percepción está cambiando radicalmente, y los “agripreneurs” están consiguiendo con su esfuerzo más Millenial que la agricultura vuelva de nuevo a estar de moda. Ciencia, tecnología y Big Data están siendo los catalizadores de este importante giro socioeconómico, y de esta experiencia el resto del mundo debería ir sacando sus propias conclusiones. ¿Transformación digital? Pues sí, sin duda, incluso de un sector tan primario como es la agricultura.

Y ese continente del mundo en el que se está produciendo la “revolución de los agripreneurs” es…

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Hace ya algunos años, desde estas líneas les trajimos un análisis con el título “Cómo la tecnología ha permitido que países en vías de desarrollo adelanten a los desarrollados”. En él abordábamos ya el gran poder transformador y alcance socioeconómico que estaba teniendo la tecnología como elemento catalizador del progreso socioeconómico. El hecho tangible y objetivo es que había determinados sub-sectores incluso financieros en los que sorprendentemente algunos países africanos se habían erigido en líderes mundiales.

Lo han hecho adelantando incluso a los países desarrollados, donde por ejemplo los pagos móviles tardaron lo suyo en arraigar entre la población (y aún hoy aquí tienen todavía un largo camino por delante). No fue así en África, merced a la adopción tecnológica temprana y a la innovación socioeconómica más disruptora. Hoy está volviendo a ocurrir más de lo mismo con ese sector tan primario, pero a la vez tan socialmente necesario, como es la agricultura.

Y, como nos explicaba el New York Times, el lugar donde la disrupción transformadora ha entrado en la habitación particular de la agricultura como un elefante en una cacharrería es, de nuevo, en la exuberante y sorprendente África. Tienen doble (y triple, y cuádruple) mérito que estén consiguiendo reseñables hitos como el del tema de hoy, máxime cuando presentan unas cifras económicas tan imperceptibles a nivel global, y en especial con unas inversiones en I+D muchas veces inexistentes o atenazadas por una corrupción rampante.

Otro segundo aspecto muy significativo de esta pequeña revolución primaria es que viene de la mano de unas generaciones laborales concretas. No están siendo los trabajadores más experimentados y tal vez con más ahorros (dentro de lo que la economía africana permita según la zona). No, esta revolución viene de esos jóvenes trasgresores que, en vez de mirar hacia las grandes urbes, han optado una vez más por llevar trasgresoramente la contraria a sus padres, y han vuelvo su mirada hacia el campo visualizando un futuro mucho más prometedor entre semillas y tierras roturadas. Y están decididos a apostar en ello los pocos ahorros que su juventud les ha permitido atesorar tras su paso por la ciudad (en caso de que hayan tenido la suerte de conseguir allí trabajo).

Sí, estamos hablando de esos Millenials a los que en otros sitios se les tacha de acomodar a una proporción vergonzante de Ni-Nis (“Ni estudia Ni trabaja”), pero que, tal vez atenazados por la necesidad, o por las ganas de hacer cosas en países en los que hay mucho (pero mucho) por hacer, se han armado de ciencia, tecnología, y Big Data, y han marchado avanzando con paso firme hacia el campo. Y están consiguiendo prometedores resultados donde antes sólo había miseria y pobreza.

La resistencia familiar que han encontrado estos Millenials ha sido fuerte, pero la han superado con determinación

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Obviamente, como todo emprendimiento, esta tendencia socioeconómica no ha sido precisamente un camino de rosas para los protagonistas, especialmente en países con severas carencias de infraestructuras, muchas veces de distribución de un agua vital para los cultivos, pero sobre todo cuando muchos de esos emprendedores no tenían ni conocimientos ni experiencia previa adquirida en labores agropecuarias. Como explicaba el NYT, a estos Millenials la degradada situación de la agricultura africana les resultaba especialmente sangrante en un fértil continente que acumula hasta un 65% de la superficie mundial cultivable todavía sin explotar, pero que, según un informe del Banco Africano de Desarrollo, inexplicablemente tiene que recurrir a importar alimentos por un importe de 35.000 millones de dólares cada año. Y para más sonrojo, esto ocurre en países con tasas de desempleo juveniles totalmente lacerantes… Tampoco será por falta de mano de obra (potencial).

Y eso que ahora los “agripreneurs” empiezan a contar con algo (algo) de apoyo estatal en algunos países, que ven con consternación cómo la generación de los padres de los Millenials, que eran los que principalmente sostenían el sector agrícola en la mayoría de los países africanos, están llegando al final de su vida agraria, y no hay nadie para tomarles el relevo. En Ghana están tratando de solucionar este gran problema con un ambicioso plan nacional que trata de revertir (en la medida estrictamente necesaria) la actual emigración campo-ciudad, que supone además otro problema añadido, puesto que esos jóvenes emigrantes acaban la mayoría de las veces tan sólo incrementando las bolsas de desempleados de las áreas urbanas. Es de esperar que, este tipo de políticas, en conjunción con la disruptora tendencia del tema de hoy, acaben poblando el campo con los jóvenes que sean necesarios para garantizar su futuro, y con él, el futuro de una parte importante de la economía del país.

Y el tema es que, por otro lado, no ha sido sólo el trasgredir las tendencias sociales predominantes y más macro-urbanitas, algo especialmente significativo en un entorno de proyecciones a futuro con macrourbes todavía más masivas. Estos disruptores Millenials se han enfrentado en su heroica gesta también a resistencias y a la oposición frontal de sus propios familiares, y especialmente de sus padres. Efectivamente, en una África donde desde hace décadas la agricultura es la economía de último recurso muchas veces planteada como de pura subsistencia, dedicarse a la agricultura allí era para muchos un claro motivo de tacha social.

Y que fuesen tus propios hijos los que decidiesen dedicarse a cultivar el campo ya no sólo era una tacha social y motivo de vergüenza ante familiares y conocidos, además era ver quebrados tus propios sueños de que tus hijos tuviesen un futuro mejor que el tuyo. En África, desde hace décadas, la agricultura es mayormente sinónimo de pobreza. Pero no de una pobreza a la occidental generalmente más llevadera, sino de miseria del (tristemente) estándar africano, por el cual hay años en que la cosecha no da literalmente ni para comer (su principal cometido en muchísimos casos), y donde se mira al cielo esperanzado para que las nubes te traigan el pan de tus hijos, en vez de una rentabilidad productiva como más bien ocurre en los países desarrollados. La resistencia social que han encontrado estos Millenials “agripreneurs” ha sido fuerte, pero la han superado con determinación, y ahora recogen sus frutos (nunca mejor dicho)

Las iniciativas son variadas, con el denominador común de la innovación más “techie” aplicada a la Agricultura 4.0

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Para alegría de estas líneas, las iniciativas de los “agripreneurs” se reproducen por todo el continente africano, y lo hacen aplicando (casi) siempre la ciencia, la tecnología, y el Big Data al sector agropecuario. No es fácil hacer una trazabilidad de todas estas iniciativas: ocurren en un amplio rango de diferentes países, muchas veces en zonas remotas, su dimensión individual es reducida, muchas veces no recurren ni siquiera a la publicidad… Pero están ahí, y poco a poco van esperanzadamente sumando en conjunto.

Una de estas iniciativas es la que nos introducía en su artículo el NYT de Trotro Tractor. Esta iniciativa lleva en marcha desde 2016, y proviene de un “agripreneur” que emigró al campo a montar su propia granja de producción de vegetales y fruta. Poco después desarrolló una aplicación que permite a los granjeros dejar los aperos manuales de labranza, y facilitar la localización y alquiler de tractores compartidos. En una África donde los recursos económicos son lamentablemente mucho más escasos que en otros campos del mundo, comprenderán que una aplicación así no sólo resulte ser un prometedor modelo de negocio, sino que además sea un factor clave para el desarrollo del sector en los países del continente.

Hay otras iniciativas de los “agripreneurs” más curiosas y de ámbito mayormente local. Entre éstas se encuentra la del licenciado en ciencias sociales Azumah, de 27 años. Este emprendedor ghanés vio una oportunidad de negocio en su país muy clara: dedicarse a la cría en cautividad de ratas y caracoles gigantes, un manjar altamente apreciado en las mesas de Ghana, y que tradicionalmente sólo se podían capturar en estado salvaje. Otro caso reseñado por el NYT es el del también ghanés Nunekpeku, un manager de marketing de 34 años que dejó su trabajo altamente remunerado en Samsung para lanzarse a la aventura de cultivar el campo en régimen de cooperativa, bajo el nombre de Anyako Farms.

Otros muchos casos de “agripreneurs” quedan recogidos en las webs de las múltiples organizaciones africanas (y de otros lugares) que están ahora emergiendo al calor de la tendencia, como son la de “The Agripreneur” o la de “Youth Agripreneurs“. Pero son especialmente interesantes los casos de éxito expuestos por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), entre los cuales cabe destacar dos asuntos clave para el continente africano: la escasez de agua, un asunto extremadamente dramático en el tercio más septentrional, y las plagas, un asunto que daña las cosechas periódica y severamente en un continente de naturaleza exuberante para lo bueno y para lo malo.

Respecto a la escasez de agua, en las zonas más áridas surge con fuerza la hidroponía o agricultura hidropónica. Ésta es una técnica de cultivo que utiliza disoluciones minerales en vez de sustratos tradicionales como la tierra. Las raíces absorben así una solución equilibrada de nutrientes que se disuelven en agua. De esta manera, las plantas pueden crecer con normalidad en una solución acuosa, o incluso en un medio inerte y estéril, como puede ser por ejemplo arena o grava. Así, la hidroponía puede dar una producción abundante con una gran eficiencia en el agua utilizada, y permitiendo además cultivar en zonas con suelos áridos y totalmente infértiles.

Con esta apetecible carta de presentación, sólo se podía dibujar en nuestras mentes una idea: “ancho es el Sáhara”. Y no somos los únicos, puesto que uno de los casos de éxito de la FAO precisamente es la hidroponía puesta en marcha por emprendedores saharauis. En esta ex-colonia española que es el Sáhara Occidental, mayormente olvidada por las autoridades españolas (que no por Marruecos), hay desplazados en zonas desérticas de Argelia numerosos refugiados del conflicto saharaui bajo un sol de justicia, que impone 50 insufribles grados de temperatura. La lluvia ni se le ve ni se le espera, y el arenoso suelo sirve para poca cosa. Los saharauis sin embargo tradicionalmente han criado ganado como medio de vida, y los productos que obtienen de él forman parte indispensable de su dieta y de su cultura. Ahora bien, el gran problema que obviamente siempre han tenido era conseguir forraje suficiente para alimentar a sus cabras y ovejas.

Muchas veces los animales acababan comiendo restos de comida y desperdicios, con el consiguiente deterioro de la calidad de su carne y su leche, lo que acababa afectando también a los propios humanos. Fue Taleb, un refugiado saharaui con formación en ingeniería agrícola, el que tuvo en 2016 la gran idea de llevar la técnica hidropónica a los campos de refugiados de sus compatriotas. Enseguida la aceleradora de innovación del programa de alimentos de las Naciones Unidas puso en marcha en colaboración con gobiernos y ONGs el proyecto “H2 Grow”, con el que ahora los saharauis pueden producir por sí mismos, durante todo el año, cebada suficiente para alimentar sus animales, y hacerlo con un 90% menos de agua y en un 75% menos de espacio cultivado.

La experiencia se ha probado en otras áreas áridas y necesitadas como por ejemplo los campos de refugiados de Darfur en Sudán, y ahora ya se ha extendido por todo el globo a países como Perú, Jordania, Chad, Kenia, Namibia, Mali o Niger, y llevando sus enormes ventajas a 5.000 seres humanos (75% mujeres) en situación muy vulnerable, y a los que esta idea les ha cambiado literalmente la vida, enriqueciendo su dieta e incluso dándoles nuevos ingresos como medio de vida.

El otro caso significativo y esperanzador, de entre los destacados antes, era el del control de plagas. En Europa estamos mal acostumbrados a que una plaga sea algo tan liviano como por ejemplo una simple plaga de pulgones, pero en África las plagas tienen otra dimensión biológica y destructiva muy superior. Lo que aquí es que la araña roja o un gusano te echen a perder parte de la fruta de ese año, en África puede llegar a equivaler a una catastrófica plaga de langostas, que arrasa con (casi) toda vida vegetal a su paso, devorando sus hojas y condenando a la planta o árbol a morir en muy poco tiempo.

Esta plaga de caracteriza por reproducirse a velocidad de vértigo, formando nubes de destrucción de millones de individuos, que además se trasladan rápidamente a lo largo de grandes distancias. Además, esta especie supone una plaga camaleónica, pues cambia de comportamiento, fisionomía y apariencia según varíe su entorno. Ello la hace especialmente imprevisible y dañina, y por este motivo un sistema de alerta temprana es fundamental para anticiparse y paliar sus efectos (en la medida de lo posible).

Así, la FAO desarrolló el programa eLocust3 (“Locust” es langosta en inglés), que capta información en tiempo real en 30 países diferentes (incluso en áreas remotas), con equipos de control que envían esa información vía enlace satelital a los centros de control. En estos centros, se implementa un comportamiento predictivo, toman decisiones, y emiten alertas que son esenciales para permitir a los agricultores anticiparse a la devastadora llegada de la plaga. Y todo ello gracias a la última tecnología aplicada a la actividad agrícola.

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Porque es cierto que estamos hablando mucho de “agripreneurs”, cuando el contexto general es la Agricultura 4.0, pero es que esta nueva ola disruptiva agrícola pasa en la práctica necesariamente por el emprendimiento, lo cual constituye una de sus características más definitorias. Aunque obviamente no se pueden dejar de citar otros factores “agri4.0” también muy importantes, como es la cada vez mayor mecanización del campo, que cada vez es menos mecanización, y cada vez más robotización pura y dura.

Tampoco podemos dejar de citar la gran importancia de las tecnologías satelitales en un medio rural remoto y alejado de la civilización por naturaleza (nunca mejor dicho), ya que a vista de pájaro los satélites permiten por ejemplo recabar información en tiempo real sobre recursos hídricos, sobre el estado de las cosechas y su producción estimada para la campaña actual, o del seguimiento real-time de las temibles plagas que analizábamos antes. Por último, simplemente citar también la gran potencialidad de aplicación que tiene la tecnología de drones en el campo, y que no debe ser vista como una mera competencia a los satélites; en realidad, son algo complementario con casos de uso que pueden ser distintos, y resulta ser una tecnología capaz de aportar útiles datos e imágenes aéreas a un coste que, en principio, debería ser más accesible que las satelitales en los casos donde haya solapamiento.

También nos estamos centrando mayormente en casos de “agripreneurs” africanos porque, en primer lugar, el artículo del NYT que ha dado origen a este análisis se centraba en este continente, y en segundo lugar porque allí la importancia del tema de hoy es doblemente clave: por un lado, allí la agricultura es un sector mucho más esencial (y vital) que en los países desarrollados, y por otro, el más difícil acceso a tecnologías de última generación hace que el papel jugado y la dosis innovación aportada por los “agripreneurs” les hace doblemente meritorios e interesante objeto de estudio.

También hay “agripreneurs” en el panorama nacional, y alguno se adelantó visionariamente a que la tendencia saltase a los medios

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Sin ir más lejos, en la propia España tenemos también “agripreneurs” dignos de elogios, como por ejemplo es el caso que les analizamos hace meses de la organización sin ánimo de lucro “apadrinaunolivo.org” en el artículo “Aunque cueste creerlo, la solidaridad está salvando pueblos y comarcas deprimidas“. Este caso vuelve a brillar ahora por méritos propios y con especial intensidad al abordar el tema de hoy, pues además de por ser un caso de emprendimiento de sonoro éxito nacional y con proyección internacional, su iniciativa viene de la mano de la agricultura, la tecnología, y la Socioeconomía más disruptora y en estado puro.

Así, el visionario emprendedor Alberto Alfonso Pordomingo ha conseguido en poco tiempo logros muy loables, como frenar la despoblación en el pueblo turolense de Oliete, contribuir a rejuvenecer el pueblo y evitar que cierren la escuela, abrir una almazara esencial para la comarca de la mano de las últimas tecnologías sostenibles y con las iniciativas sociales por bandera, revitalizar el turismo y la hostelería del municipio, conseguir embarcar en unos pocos años a más de 2.500 padrinos en su proyecto, o salvar a más de 7.000 olivos centenarios condenados a una muerte que parecía inevitable… hasta que llegó él con su idea emprendedora.

Pero lo más importante de todo ello es cómo este emprendedor ha devuelto a un pueblo (y a toda una comarca) de nuevo la ilusión por la agricultura y por el olivar, y además ha convertido a su iniciativa en un caso de (gran) éxito que pretende filantrópicamente extenderse a otros pueblos también amenazados de muerte, pero que sin embargo tienen un rico patrimonio natural, cultural y/o socioeconómico que simplemente deben saber lanzar y aprovechar como Oliete, en vez de resignarse a desaparecer del mapa.

Alberto demostró ser visionario no sólo a nivel local de un Oliete en el que él siempre creyó de manera incondicional, o a nivel provincial en medio de ese esperanzador “Teruel existe”, o a nivel regional con unas instituciones aragonesas que ahora ya sacan pecho institucionalmente de su caso de éxito, o incluso no sólo a nivel nacional y europeo por representar un caso casi sin parangón de reversión de la despoblación del medio rural. Pero además, ahora que esos “agripreneurs” se han puesto de moda a nivel internacional y ya están en boca de los principales medios del planeta, queda demostrado que Pordomingo y su valioso equipo humano han sido visionarios también a nivel mundial, desde el mismo momento en que pusieron en marcha su idea allá por 2013, y adelantándose años al momento en que la tendencia se ha hecho finalmente “mainstream”. Y “Made in Spain (and in Teruel)”, oigan, para que luego digan.

Los datos son los datos, y no sólo confirman la tendencia: avalan que ellos mismos sean toda una necesidad socioeconómica

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Volviendo ahora al caso africano, los datos que arroja el continente son más que preocupantes. El escenario que estos datos dibujaban era realmente paradójico, máxime siendo África uno de los continentes más fértiles y con mayor potencial agropecuario del mundo. Así pues, no es para nada de extrañar que la situación sonrojase e incluso indignase a muchos de esos “agripreneurs”, que han decidido ponerse manos a la obra y embarcarse en dar soluciones por sí mismos.

A pesar de que el 60% de la población africana tiene menos de 24 años, la edad media de los agricultores y granjeros se eleva hasta los increíbles 60 años, un dato especialmente alto dados los estándares de vida y de esperanza de la misma que se imponen en el continente africano, donde la población muere mucho más joven en los países más desarrollados. El NYT también destacaba que la productividad de la superficie cultivada africana tan sólo alcanza el 20-30% de su potencial de producción. Todo un desperdicio, los primeros para ellos que además cultivan muchos viviendo casi en la miseria, y segundo para un mundo en el que la superpoblación es un tema a no perder de vista.

Y es aquí precisamente donde las últimas tecnologías aplicadas a la agricultura y la ganadería tienen mucho (pero que mucho) que decir y aportar. La productividad de los campos y granjas africanos puede crecer de manera contundente si se aplicasen las técnicas y tecnologías que sí que están disponibles en otros países más desarrollados. Pero la cosa no queda meramente ahí, el hecho es que son los propios africanos los que, con unas necesidades más acuciantes que las nuestras, han optado por desarrollar nueva y disruptiva tecnología que nos adelanta.

La necesidad es un catalizador inmejorable para la innovación, un tema que ya les adelantamos hace algunos años en el artículo del primer enlace de este análisis, y que ahora se vuelve a demostrar acertado. Y los datos del tema de hoy avalan la tendencia, dado que las start-ups africanas de tecnología agrícola se han disparado significativamente un 110% entre 2016 y 2018. Y un dato así de tecnológico y agrícola en un continente como es África son palabras mayores. Es de esperar que la tendencia no sólo se mantenga, sino que gane aún más momentum, puesto que los factores que la alimentan tienen en el continente africano un enorme recorrido, y sus consecuencias aportan grandes resultados, tanto a nivel microeconómico con familias que salen de la miseria, como a nivel macroeconómico con un continente que se acercará (algo más) a su gran potencial.

Pero no sólo de datos africanos va el asunto. A nivel mundial también es muy importante que haya una tendencia que puede ayudar a revertir (o al menos compensar) la fuerte migración campo-ciudad. Si bien esa migración es una buena noticia en términos generales, tiene también sus aspectos negativos, con unas mega-urbes que se vuelven caóticas e insostenibles (especialmente en los países en vías de desarrollo), o las bolsas de población alimentadas de forma inasumible por la inmigración desde el campo, en las que los recién llegados se ven condenados al desempleo y a condiciones de miseria urbana, que será urbana, pero es también miseria al fin y al cabo.

Así, en este sentido, los datos son que las estimaciones de Naciones Unidas para los próximos años apuntan a que un 60% de los habitantes del planeta vivirá en ciudades en 2030. Y eso está a la vuelta de la esquina. En España, las cifras son todavía más relevantes, y ya a día de hoy el Banco Mundial publicó que un 80% de los españoles vive en áreas urbanas

Esto no es una lucha dual campo-ciudad, sino que debe ser una unión con beneficios para ambos

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Especialmente en la tecnología aplicada al campo, estamos hablando de la economía del dato. Vivimos rodeados de datos, también en el campo, y los datos son dinero para el que los recopila, pero también para el que los explota posteriormente. Toda actividad humana o no humana implica datos por doquier, y si son utilizados convenientemente para poblar bases de datos estructuradas o no estructuradas, son posteriormente hidratados para aportarles valor añadido, y por último son explotados con las herramientas adecuadas de Business Intelligence y Big Data, pueden revolucionar absolutamente cualquier medio, también el rural.

Pero no es cuestión de volverse un integrista y posicionarse en contra del progreso que traen las ciudades declarando la migración campo-ciudad como un enemigo a batir. Las ciudades han sido y siguen siendo un gran factor de desarrollo y de progreso. Pero lo que tampoco se puede negar es que una población dispersa en el medio rural es mucho más sencillo de conseguir que tenga una existencia más sostenible, o al menos quitándose los grandes males que la concentración masiva hace que sean extremos en áreas geográficas mucho más reducidas y más densamente pobladas.

Obviamente, fomentar la dispersión de la población supone también otros retos a veces muy distintos, como puede ser el acceso a los servicios públicos o privados, la dependencia de los medios de transporte para la vida diaria, o la lógica menor afluencia de público a unos negocios físicos en los que en el centro de una urbe la gente casi hace cola para comprar. Son sólo algunos ejemplos expuestos sin mayor trascendencia, pero que nos ayudan a ver simplemente que la eterna lucha campo-ciudad que trajo la industrialización no tiene que ser un visceral partido “rural contra urbanita”, sino que hay espacio para ambos, y, es más, que hay beneficios tangibles para la sociedad en su conjunto conseguibles evitando el eterno languidecer del medio rural.

Hoy no estamos abogando por la lucha contra la población urbana (sería absolutamente ridículo), sino que sólo estamos tratando de que la rural sea viable en los mismos términos de futuro, como es la “Sociedad técnica” que viene. Ya les venimos desde hace años contando en innumerables ocasiones que la transformación digital está imbricándose en todas las actividades socioeconómicas, hasta alumbrar esa “Sociedad técnica” que les citaba. Y esto ocurre incluso en una actividad aparente y conceptualmente tan antagónica a primera vista como es el sector primario y, especialmente, la agricultura. Hoy ha quedado demostrado que este antagonismo tampoco va a evitar que la tecnología empape también al campo, y que permeabilice en esos cultivos roturados a la espera de que un fertilizante digital que les haga poblarse llenos de brotes verdes.

En ello tiene un gran papel a desempeñar la esencial tecnificación del campo, pero también la no menos vital ruralización de la tecnología. Y por ello entendemos no sólo que haya cobertura en el medio rural, sino que haya disponibilidad de tecnología y acceso a la misma también en el campo y en los pueblos. Esto es necesario no sólo en términos del acceso a productos tecnológicos, sino también del acceso a la tecnología en sí misma, con posibilidades de formarse y aprender con alto contenido técnico, para luego poder convertirse en todo un “techie rural”, o en un “agripreneur” que surge del propio medio rural, en vez de que el campo se alimente exclusivamente de emigrantes retornados desde la ciudad como hasta ahora. Los “agripreneurs” que les hemos presentado hoy son la mejor demostración de que esto es muy posible (y necesario), y de hecho en África están empezando a ocupar un lugar destacado en el podio de lo más “trendy”, a la altura de los más urbanitas. Sí, lo rural también puede ser puntero y… sobre todo ser moderno y estar de moda socioeconómicamente.

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El poder transformador de la tecnología puede hacer que (casi) todo obstáculo sea superable. Y lo mejor de la tecnología es que empodera al ciudadano común, ése que muchas veces carece de recursos para poner en marcha sus ideas. Gracias a la tecnología, esas ideas son viables bastante veces sin requerir gran capital (al menos mucho menos que sin aplicar esa tecnología), aportando productos o servicios de valor añadido que antes eran imposibles, y revertiendo en las socioeconomías, lo cual facilita el lograr un préstamo del sector financiero más tradicional (o tal vez también de una disruptora Fintech). ¿Tecnología? Sí, a raudales, empecemos a dar el paso más decisivo de la cuarta revolución industrial, levantemos el vuelo y no nos dé miedo convertirnos en la sociedad (y la naturaleza) técnica: al fin y al cabo, no va a haber mucha alternativa (ni siquiera en el campo).

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