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Cómo hablar de política sin pelearse

¿Es posible hablar de política sin acalorarse, sin perder las formas ni herir los sentimientos de nadie y, sobre todo, sin acabar con el ego magullado? Es posible, pero no es fácil, y menos en campaña elec­toral. Hay muchas emociones en juego estos días, mucha polari­zación política, que se traslada a los ciudadanos, y demasiadas ­tertulias y debates crispados, que no enseñan nada bueno. Pero se puede hablar de política sin discutir. Y pasarlo bien. Aquí siguen unas reglas para salir invicto cuando en una reunión familiar o con amigos, o en una charla informal en el trabajo, alguien plantee “¿y qué te parece todo lo que está pasando?”.

Mejor estar informado

Más allá de la ideología de cada uno, para intentar defender con solvencia cualquier idea hay que saber qué está pasando. Y eso implica obtener información de fuentes diversas, de medios de comunicación serios, veraces y plurales, y no limitarse a una burbuja informativa, a chats telefónicos en los que todos opinan igual o a las cuentas de Twitter que sólo reafirman lo que queremos oír.

Discrepar con respeto

Defender las propias ideas con firmeza no implica ser agresivo. Hay que hablar de forma directa –para que nos respeten y para que quede claro lo que opinamos–, pero sin perder los nervios, que no solo es de mala educación sino también un signo de debilidad. Hay que dejar hablar a los demás, sin interrumpir, sin suspirar, sin muestras de desagrado, y luego, en un tono amable, explicar por qué se discrepa y cuál es la propia opinión. Y es muy importante cuidar el lenguaje no verbal: si no se está en absoluto de acuerdo con lo que está diciendo la persona que habla, es comprensible en algún momento mover la cabeza en señal de disgusto o entornar los ojos o fruncir los labios, pero no hacerlo todo y a la vez.

Elegir las batallas

En una charla entre varios, es fácil que surjan diversos temas con los que no se está de acuerdo, pero hay que elegir bien si vale la pena intervenir y en qué momento hacerlo, para no salir damnificado o parecer el clásico gruñón que siempre va a la contra. Desde luego se pueden poner límites respecto a opiniones que uno no esté dispuesto a tolerar, por ejemplo sobre el racismo o la violencia de género, pero en algún momento la mejor estrategia puede ser apartarse del grupo y salir a tomar el aire.

Aprender a frenar

El mejor propósito en una conversación es escuchar el doble de lo que se va a hablar. Es una vieja regla, pero muy útil cuando hay posiciones discrepantes. Escuchar al interlocutor no significa esperar el turno para saltarle al cuello y soltar el discurso habitual. Hay que intentar mantener la moderación. Ante una escalada retórica de cualquiera de los presentes, mejor echar el freno. Al fin y al cabo, el placer de la oratoria es buscar argumentos para defender una opinión y la contraria. Lamentablemente, lo que suele ocurrir es que la discusión se pervierte: ante una opinión contraria la tendencia es radicalizar la propia para contrarrestar. Nunca se es tan soberanista como cuando se discute con el cuñado de Ciudadanos. Y a la inversa.

Usar el humor

No hay que esperar que los demás se muestren pacientes y amables cuando se habla de política. Al fin y al cabo es uno de los temas, como el fútbol o antes la religión, que provocan discusiones más intensas. Hacer una broma puede ser un recurso para enfriar la conversación si en algún momento alguien sube el tono, pero hay que ser cuidadoso con la ironía y no herir sensibilidades. Un tema que parece superficial puede ser muy importante para otro. A veces la línea entre el humor y una burla es fina.

No caer en provocaciones

Hay gente que tiene una habilidad especial para poner de los nervios al personal. Siempre con la excusa de la confianza –mal entendida–, pero saben qué temas tocar para molestar a otro. Hay que estar vigilante en estas situaciones, especialmente si se trata de una celebración y la charla está subiendo de tono. “No voy a caer en esa provocación”, puede ser una respuesta. O simplemente no entrar al trapo, quizás desviando la atención hacia otro tema.

Menos datos

No se debe confundir una conversación con una conferencia y abrumar a los demás a datos. De entrada, los interlocutores pueden poner esos datos en cuestión –circula mucha noticia falsa– y aportar otros para sostener una posición distinta. Debatir con cifras puede ser de utilidad entre profesionales, pero no ayuda a llevar una conversación ágil y distendida en un contexto informal entre amigos o compañeros de trabajo. Mejor aportar alguna experiencia concreta para sostener una opinión.

Fomentar la empatía

Se pueden defender puntos de vista muy diferentes sobre un tema con personas a las que se tiene en estima. Más que verlo como una dificultad, es una oportunidad para mirar las cosas desde una perspectiva diferente a la habitual. Ponerse en el lugar del otro es una actitud inteligente cuando se habla de política; entender por qué opina así sobre determinados asuntos, qué vivencias han ayudado a que piense así. Si se trata de una persona a la que no se conoce en profundidad, unas cuantas preguntas estratégicas pueden ayudar a entender por qué defiende determinadas posiciones. Y esa empatía puede acabar siendo recíproca.

Abandonar la idea de ganar

Algunas personas defienden con tanta pasión sus ideas que resulta incómodo discutir con ellos. Fijan el relato de los hechos y no hay quien les mueva de sus posiciones. No es una buena actitud. Hay que respetar que cada uno tenga sus opiniones y no intentar convencer a nadie por la vía de la vehemencia. Es mucho mejor utilizar frases del tipo “yo lo veo así” o “esto es lo que opino”. Y no sólo como una estrategia, sino admitiendo que existe la posibilidad de que estemos equivocados. Mejor ser flexible y humilde y atreverse a poner en duda las propias ideas.

Salvar la relación

Hay quien defiende que con los amigos o la familia mejor no hablar de política para no pelearse, pero esta norma puede invertirse porque los valores compartidos, el respeto, el cariño, protegen la relación de cualquier tentación de hostilidad, a pesar de las discrepancias. Sin embargo, existe el riesgo de que la conversación suba de tono y surja el conflicto. Mejor pensárselo dos veces, antes de arruinar la fiesta a todos. Mejor pasar página. Al fin y al cabo, es muy difícil conseguir que alguien cambie de opinión y seguramente no vale la pena pe­learse sólo por la política.

Cambiar de tema

Algunas personas deciden no hablar de política, no porque no les interese o no estén informados; quizás prefieren dejar este tema al margen en ámbitos como el lugar de trabajo para que no afecte sus relaciones personales. Seguro que agradecen que los compañeros trasladen el debate a un lugar más privado.

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