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Donde No Existen Redes Celulares, La Gente Está Construyendo las Suyas – Wired

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POR LIZZIE WADE, TRADUCIDO POR JOSÉ RICO

Dentro de la nube que está cubriendo perpetuamente el pequeño pueblo de San Juan Yaee, Oaxaca, Raúl Hernández Santiago se pone en cuclillas en el techo del ayuntamiento y comienza a taladrar. Lo rodean hombres vestidos con ropa para la lluvia, de distintas permeabilidades, que sujetan en su sitio una torre de 4 metros de alto. Cables trenzados penden de cuatro pequeños círculos soldados a la estructura, cerca de su punto central; eventualmente, éstos serán atornillados o atados para mantener la torre firme durante las frecuentes tormentas que cruzan esta parte de las montañas de la Sierra Juárez. Los pobladores no quieren que se caiga cada vez que llueve. Noventa mil pesos del presupuesto del pueblo están invertidos en el equipo montado en la cima de la torre, en un poblado donde muchos residentes salen adelante en base a la agricultura de subsistencia.

La torre—que Hernández, el herrero de Yaee, forjó de residuos de metal hace apenas unas horas—es la columna vertebral de la primera red de telefonía celular en Yaee. Los $90,000 pesos vienen en forma de dos antenas y una estación base de código abierto (open source en inglés) de una compañía canadiense llamada NuRAN. Una vez que Hernández y compañía hayan instalado la torre y activado la red, los 500 ciudadanos de Yaee podrán, por primera vez, hacer llamadas de celular desde su casa, y a unas tarifas más baratas que casi en cualquier otro lugar de México.

Raúl Hernandez and Peter Bloom.

Estratégicamente ignorada por las mayores empresas de telecomunicación en México, Yaee se está poniendo en el mapa de la telefonía móvil con la ayuda de Rhizomatica, una asociación civil de telecomunicaciones con sede en Oaxaca. Su fundador, Peter Bloom, está entre los hombres que en este momento se están empapando en el techo del ayuntamiento. Es mayo de 2014 y esta es la tercera de las que él llama en broma “instalaciones de telefonía celular artesanales” que ha dirigido en la Sierra Juárez en el último año y medio—las primeras de su tipo en el mundo. Para finales de año, habrá instalado seis redes más en todo el estado de Oaxaca, elevando el total a nueve. Armado con una concesión experimental del gobierno mexicano que concede acceso a Rhizomatica al codiciado espectro celular en todo el país, Bloom está llevando, a paso lento pero seguro, cobertura a pueblos y aldeas que han quedado fuera de la revolución tecnológica más importante del siglo XXI.

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De los más o menos 7 mil millones de celulares en el mundo, unos cuantos cientos ya están en Yaee—sólo que no están conectados a una red. Los niños los utilizan como cámaras y reproductores de mp3, y Hernández, como muchos adultos, compró el suyo para usarlo en la ciudad de Oaxaca, a una distancia de siete horas en camión. Cuando está allá, su celular se puede conectar a bastantes estaciones base, las cuales, a su vez, lo vinculan con la red comercial de su elección. Pero en Yaee no hay estaciones base y por lo tanto tampoco redes. Cada vez que Hernández quiere llamar desde su celular en su pueblo natal, camina durante 20 minutos hasta la cima de la colina más alta de los alrededores y espera poder captar alguna señal que llega a cuentagotas desde alguna estación base distante, instalada en un lugar que las empresas de telecomunicación consideran más redituable que pueblos pequeños como Yaee.

Raúl Hernandez.

Todos hemos escuchados una variedad de historias alentadoras sobre el potencial democratizador de los celulares, cómo han llevado todo desde llamadas vocales hasta la banca en línea a personas que nunca han tenido acceso a teléfonos fijos ni a laptops. El celular “ha demostrado ser el aparato de hardware digital y de comunicación más ubicuo al alcance de la gente sobre la tierra,” dice Bloom. Pero, por sí solo, “tu celular en realidad no sabe hacer nada,” explica. Toda la utilidad está en la red. Y, a grandes rasgos, esa red es proporcionada—y, por lo tanto, controlada—por una compañía que quiere generar una ganancia.

Esa ganancia proviene de los suscriptores, y si no hay suficientes de éstos en una región en particular, los proveedores de telefonía celular simplemente se rehúsan a instalar su infraestructura ahí. Algunos países sortean esa realidad económica al requerir legalmente a las compañías de telecomunicación construir redes en áreas rurales, sin importar cuánta gente termine pagando por un contrato. México no tiene leyes de este tipo, lo que significa que Yaee, con sus 500 residentes, no tiene posibilidad alguna de atraer a un proveedor comercial.

Para colmo, la industria de las telecomunicaciones en México es controlada en gran parte por Telmex, un cuasimonopolio dirigido por Carlos Slim. Desde que una supuesta reforma a finales de los 80 puso la empresa de telecomunicaciones gubernamental en manos de Slim, los mexicanos han pagado tarifas del primer mundo para un servicio del tercer mundo – primero por teléfonos fijos, y ahora por el servicio de celular y de acceso a internet. Y eso cuando viven en un sitio con red. La limitación del acceso y los altos precios implicaron que sólo un 55% de los mexicanos estuvieran usando celulares en 2011, de acuerdo con la Unión Internacional de Telecomunicaciones.

A pesar de la reputación de México de tener políticas y servicios de telecomunicaciones horrendos, dirigidos por los intereses de Slim, está lejos de ser el único país con dificultades para brindar acceso celular en áreas rurales. De acuerdo con la Asociación GSM (Sistema Global para Comunicaciones Móviles—por sus siglas en inglés—la tecnología estándar detrás de cualquier red de segunda generación, o 2G), un consorcio de proveedores de telefonía móvil comercial, mil 600 millones de personas en las zonas rurales de los países en desarrollo no tienen acceso a redes celulares. Es por eso que Bloom y sus colaboradores en Rhizomatica dicen que si realmente se quieren poner los beneficios de los celulares a disposición de las personas que más los necesitan, no basta con democratizar el hardware al volver súper baratos los teléfonos en sí. Se tiene que democratizar la infraestructura, la red misma. Eso es mucho más difícil de hacer.

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Desde el punto de vista de un hacker, las comunicaciones celulares llegaron justo en el momento equivocado. Los primeros sistemas comerciales fueron desarrollados en 1991, exactamente antes de que el internet emergiera de la academia y comenzara a abrirse camino a las casas de la gente. Para cuando una comunidad fuerte de servicio de código abierto se había concretado, las redes celulares estaban blindadas tras muros y muros de patentes y equipo privado. Hoy todavía “es muy difícil hacerse de la tecnología,” dice Harald Welte, un desarrollador alemán de software gratuito de código abierto, quien trabaja en comunicaciones celulares.

No fue sino hasta alrededor de 2006 que las viejas estaciones base comenzaron a aparecer en eBay, dando a los hackers interesados, como Welte, un vistazo de primera mano a la tecnología (ya rebasada entonces) que había hecho posibles las redes de telefonía móvil 2G. Motivado por una curiosidad puramente intelectual,  Welte consiguió algunas, y cuatro años después, pudo hacer la primer llamada en su red de código abierto, creada mediante ingeniería inversa, bautizada Open BSC, aludiendo a los controladores de estaciones base que coordinan el tráfico en una red celular.

Ahora, Rhizomatica está llevando el Open BSC a su límite en el mundo real. “Somos de los primeros en ponerlo verdaderamente en un ambiente concreto y usarlo a todo lo que da,’ dice Bloom. Su interés inicial en las redes celulares comunitarias se despertó cuando vivía en Nigeria y trabajaba con comunidades que protestaban por la presencia de compañías petroleras en el Delta del río Níger. Los activistas ahí tenían celulares, pero debido a los altos costos del servicio—sin mencionar a las fuerzas políticas que podían monitorear sus comunicaciones o incluso clausurar su red por capricho—les era difícil compartir información entre ellos o con públicos más amplios. Así que Bloom decidió ayudarles a construir lo que se llama una red de nodos móviles (mobile mesh network en inglés), que conecta los celulares directamente uno a otro en vez de canalizar las llamadas a través de estaciones base o redes comerciales. Pero la tecnología, que es principalmente utilizada en situaciones de apoyo en desastres como tras el terremoto de Haití, demostró ser muy poco confiable para el uso cotidiano. Los niveles prolongados de tráfico en situaciones reales las sobrecargaban, y las redes de nodos móviles colapsaban frecuentemente.

CUANDO UN HOMBRE DEL PUEBLO SUFRIÓ GRAVES MORDEDURAS DE SERPIENTE Y NECESITABA UN ANTÍDOTO INMEDIATAMENTE, NO HABÍA SEÑAL.

Algunos años después, Bloom se mudó a México para estar con su actual esposa, quien trabaja con estaciones de radio comunitaria en la Sierra Juárez. Estas comunidades querían pero no podían solventar el costo del servicio celular comercial, y Bloom comenzó a pensar en una manera de continuar el proyecto comenzado en Nigeria. Decidió descartar la idea de la red de nodos móviles y se puso a la caza de tecnologías serias de telecomunicación. Al final optó por el Open BSC de Welte, el sistema de código abierto más sólido. Pero ya que la especialidad de Bloom no es la programación, necesitaba ayuda para instalar el software en estaciones base de código abierto que compra a NuRAN y otras compañías como Fairwaves. Comenzó a reclutar la ayuda de todos los hackers experimentados que pasaban casualmente por ciudad Oaxaca como mochileros o cosas por el estilo. (Uno de ellos, un italiano, eventualmente se mudaría a México de forma permanente para formar parte del equipo de Rhizomatica.) Hoy por hoy, Bloom pasa mucho de su tiempo llevando personalmente el equipo a comunidades como Yaee, empapándose sobre tantos techos como sea necesario para instalar y hacer funcionar las redes.

Las comunidades pagan $120,000 pesos de contado por el equipo y la instalación, cerca de un sexto de lo que el proveedor comercial Movistar cobra por una instalación rural similar. Noventa mil pesos del total van a la compra del hardware, y el resto cubre el tiempo y los gastos de Rhizomatica. Los miembros de la red comunitaria pagan 30 pesos al mes por todas las llamadas locales y los mensajes, y el pueblo se queda con toda la ganancia sobrante tras pagar la electricidad y el mantenimiento. Gracias a la compañía mexicana Protokol, que brinda acceso a internet en todas las zonas rurales de Oaxaca, Rhizomatica también puede anclar la red del pueblo en una conexión de Voz sobre Protocolo de Internet (Voice over IP en inglés), que permite a los usuarios hacer llamadas de larga distancia muy baratas a la ciudad de México e incluso a los Estados Unidos, donde muchos tienen parientes. Una vez que la red sea instalada, los residentes de Yaee podrán llamar a los Estados Unidos a 20 centavos el minuto. Una llamada similar desde uno de los teléfonos fijos públicos del pueblo asciende a 15 pesos el minuto, un costo prohibitivo para muchos residentes.

Aun así, las redes comerciales tienen “20 años de ventaja” respecto al enfoque de código abierto, dice Welte, y las redes comunitarias de Rhizomatica pueden padecer por su peculiar método de “hacerlo a mano.” Bloom, Hernández y el resto del equipo deben asegurarse de instalar la torre de Yaee por encima de una de las ventanas del ayuntamiento, para que puedan pasar una extensión a través de esta y conectar la estación base a una toma eléctrica. Eso significa que cuando se va la luz en Yaee—lo cual sucede a menudo, especialmente durante la temporada de lluvias, de mayo a septiembre—también se pierde la red. Y hasta que el pueblo pudo reunir suficiente dinero para mover toda la instalación a un punto más elevado que el techo del ayuntamiento (lo cual ocurrió en agosto 2104, tres meses después), no había garantía de que la señal de Rhizomatica fuera capaz de alcanzar hasta la ladera donde viven Hernández y una buena porción de los residentes de Yaee.

Es esta inestabilidad fundamental la que causa mayor frustración en los usuarios en los pueblos que han tenido sus redes comunitarias en funcionamiento durante más tiempo. En Yaviche, una comunidad de tamaño similar a Yaee en el lado opuesto de la montaña, y que instaló su red local en septiembre de 2013, Abi Martínez Ramos funge como doctor rural, y dice que tener cualquier servicio de celular ha sido primordial para la atención de emergencias. Sin embargo, recuerda que cuando un hombre del pueblo sufrió graves mordeduras de serpiente y necesitaba un antídoto inmediatamente, “no había señal.” Alguien tuvo que localizar físicamente a Martínez para administrar el tratamiento, justo como en los viejos tiempos.

De vuelta en Yaee, le toma al equipo alrededor de 2 horas bajo la lluvia anclar la torre en el techo. Pero resulta que la lluvia ha causado un problema más grave que el de empapar a todos hasta la médula. Tres días nublados seguidos han vaciado los paneles solares que alimentan las antenas de replicación de Protokol, colapsando el acceso a internet en Yaee. Sin internet, Bloom y su equipo tecnológico no pueden poner la red en línea. Hacen planes para regresar la semana siguiente a terminar el trabajo.

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A pesar de sus problemas, un número creciente de comunidades en Oaxaca están ansiosas de formar parte del experimento de Rhizomatica, atraídas por el bajo precio y la promesa de un control completo sobre sus redes. Keyla Mesulemeth Ramírez, quien ayuda a coordinar una red comunitaria en Talea de Castro, un pueblo de 2,000 habitantes que se ofreció como voluntario para un proyecto piloto de Rhizomatica en la primavera de 2013, responde a una solicitud de este tipo en su oficina el día antes de la instalación en Yaee. Cuatro hombres de un pueblo llamado Yalahui oyeron que Bloom está en la zona y quieren hablar con él sobre la posibilidad de instalar una red en su aldea. Ellos cultivan café, caña de azúcar, maíz y frijoles, y están hartos de no poder llamar a casa cuando están en los campos. Es molesto no poder llamar cuando olvidas tu refrigerio, según dicen, pero es realmente peligroso cuando alguien tiene un accidente y necesita ayuda. Además, todos en Yalahui tienen familia en la ciudad de México y en los Estados Unidos, y quieren poder llamarles sin preocuparse por cuánto cuesta. Manejaron 5 horas para hablar con Bloom sobre una posible solución.

Mesulemeth es franca con los hombres de Yalahui sobre el costo de la instalación y la lista de espera de Rhizomatica. Pero también simpatiza con la frustración de ellos de estar fuera del mapa del servicio celular. “Antes, el servicio de celular era un lujo,” les dice. “Ahora es una necesidad.” Ella promete ponerlos en contacto con Peter, quien encuentra al grupo en la sobremesa unas horas después. Él repasa con ellos los costos y dice que visitará Yalahui tan pronto como pueda. Tres meses después, ellos están haciendo llamadas mediante una red flamante, nueva y exclusivamente suya.

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