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El mito del teléfono que nos espía

Recientemente, en comentarios surgidos en clases y conferencias, estoy volviendo a ver aparecer el mito de que Facebook y otras compañías utilizan las conversaciones de los usuarios a través de servicios de mensajería instantánea, de llamadas telefónicas o incluso simplemente cuando el smartphone está cerca – prácticamente a todas las horas del día – para adaptar mensajes publicitarios a sus intereses.

El mito lleva muchos años circulando, con todo tipo de “demostraciones palmarias” supuestamente documentadas, algunas provenientes de usuarios que afirmaban haber recibido anuncios de productos para curar el dolor de garganta y la amigdalitis precisamente después de haber escrito en WhatsApp que tenían la garganta irritada, anuncios de comida para gatos tras haber comentado que estaban pensando en tener un gato, o incluso profesores que afirmaban que esta práctica era cierta.

Lisa y llanamente: no es así. Es falso. Mentira. Una teoría de la conspiración, un mito, un bulo, una propagación de una información llamativa, que a todos cuando nos lo comentan nos evoca alguna vez en la que posiblemente nos ocurrió, y que resuena con otros conceptos que escuchamos habitualmente sobre la progresiva erosión de nuestra privacidad. El asunto ha sido descrito en muchas ocasiones en fact-checkers como Snopes, categóricamente negado por la compañía en notas oficiales en varias ocasiones, y hasta se han desarrollado apps como prueba de concepto de que podría hacerse, pero no se hace.

Que haya aplicaciones de Facebook que habiliten el micrófono para algunas cosas cuando el usuario lo solicita no supone una demostración de que nos estén espiando. Que surja una vulnerabilidad en el protocolo de cifrado de WhatsApp que hipotéticamente permitiría leer las conversaciones de los usuarios no conlleva de manera inmediata que sea una vulnerabilidad introducida por la compañía para leer nuestros mensajes y adaptarnos publicidad a los temas que hemos mencionado en ellos. Sí, WhatsApp, tras la adquisición de Facebook, es algo menos privada y una parte de la información que genera es utilizada para completar nuestro perfil, pero no escuchando ni leyendo nuestras conversaciones. El contenido de lo que hablamos o escribimos está cifrado y ni siquiera la compañía puede descifrarlo, ni siquiera aunque se lo demande un juez. Que nuestro micrófono pueda ser habilitado subrepticiamente por una app para escucharnos es algo que, aunque técnicamente posible, se restringe a las películas sobre espías, pero no tiene lugar en el contexto de las operaciones comerciales de ninguna compañía. Que lo pienses o lo comentes con tus amigos no te convierte en un enterado, sino en un magufo.

Las coincidencias entre conversaciones y anuncios son eso, coincidencias. Pueden responder a muchas cosas, y que jures y perjures que no has hablado con nadie sobre safaris hasta ahora y que de repente, tras comentarlo con un amigo, no paras de ver anuncios de safaris no demuestra nada: puede que cualquiera de tus amigos o personas de tu red lo hayan hecho, y no puedes controlar los contextos de todos ellos. El mundo está lleno de casualidades, y son ni más ni menos que eso, casualidades, del mismo modo que no paras de ver coches rojos tras comprarte un coche rojo o no paras de ver embarazadas cuando empiezas a pensar en tener un hijo. Es un fenómeno de atención selectiva o, simplemente, una casualidad. No nos dejemos llevar por rumores infundados y no acusemos a las compañías tecnológicas de convertir el mundo en el 1984 de Orwell… sí, el mundo está derivando peligrosamente hacia el 1984 de Orwell, pero no precisamente porque sean las compañías tecnológicas las que lo hacen, sino más bien otros actores.

Bastantes preocupaciones tenemos ya con nuestra privacidad y seguridad – yo, que no soy nadie especialmente amenazado o interesante, llevo permanentemente instalada una VPN en mi smartphone y ordenador – como para, encima, andar pensando que nuestros dispositivos nos escuchan cuando no nos enteramos. Dejemos tranquilas las teorías de la conspiración.

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