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En la era de la democracia digital

Por Eduardo Febbro

Desde París

Teníamos la democracia política, luego, entre otras, nació la democracia de opinión. Ahora existe otra forma de democracia, tal vez la más amenazada de todas: la democracia digital. Las cada vez menos “nuevas tecnologías” crearon un soporte en las redes que dio lugar a uno de los más vastos sistemas de comunicación entre los seres humanos. Pero esa democracia digital está acechada por el espionaje institucionalizado y masivo de las agencias de seguridad, por el robo sistemático de los datos en las redes sociales, la radiografía permanente de nuestros actos, gestos, pensamientos y costumbres y la monetización de cada clic.

Jérémie Zimmermann, el animador del grupo francés La Quadrature du Net y coautor, junto a Jacob Appelbaum y Andy Müller, del libro de Julian Assange Cyberpunks advierte: “Hay que comprender que estamos asistiendo a la aparición y a la difusión masiva de una tecnología antisocial y anticiudadana”. Frente a esta amenaza polifónica surgió como respuesta una nueva forma de resistencia que consta de tres ramas que terminaron por unirse en un naciente movimiento político. Son, a su manera, los nuevos apóstoles de la transparencia de los Estados, un contrapoder que creció, en parte, en el corazón del poder: se trata, por un lado, de los antiguos militares, diplomáticos y agentes secretos norteamericanos o británicos, de los especialistas de la seguridad informática, de los funcionarios o empleados de las multinacionales. A ellos se les sumaron hombres como Julian Assange o Edward Snowden y una galaxia de jóvenes compuesta por hackers, militantes por los derechos cívicos y los derechos humanos en Internet, abogados, militantes por la privacidad de la red y una Internet libre, neutra y humanista.

Estos son los actores de una corriente política mal conocida, despreciada por la prensa hegemónica, a menudo ignorada o incomprendida por el público. Sin embargo, estos militantes de la democracia digital desempeñan un papel decisivo en la defensa de nuestras democracias formales, de nuestras libertades y nuestra intimidad. Acusados de traidores en sus respectivos países, perseguidos por la Justicia, amenazados, muchas veces exiliados, estos filtradores de información comprometedora así como la nueva generación que los protege se han tornado un eslabón esencial de lo que está en juego en la construcción de nuestra civilización. “Hoy estamos ante un movimiento político y cultural global”, afirma Markus Beckedahl, dirigente alemán de una start-up de programas libres y responsable de la publicación del libro colectivo Uberwächtes Netz (La red bajo vigilancia) redactado por cuatro expertos. Para ellos, el caso del ex analista de la CIA y de la NSA Edward Snowden y las revelaciones que aportó a través del periodista Glenn Greenwald del diario británico The Guardian es como el punto de partida de una aventura política. “El escándalo Snowden será tal vez para nosotros lo que fue el accidente nuclear de Chernobyl para los ecologistas”, reconoce Pavel Meyer, un diputado por Berlín del Partido Pirata alemán y, además, encargado de supervisar los servicios secretos del estado berlinés.

Filtradores o “whistleblower” hubo siempre. Saltaron a la escena contemporánea gracias a tres de ellos: el soldado Bradley Manning –fue él quien le suministró a Julian Assange los documentos sobre la guerra de Irak difundidos por Wikileaks–, el mismo Julian Assange y Edward Snowden. Sin embargo, estos tres personajes mundiales descienden de una dinastía cuyas mejores páginas se escribieron a partir de los años ’60 en Estados Unidos. El primero fue Daniel Ellsberg. Ex analista norteamericano, Ellsberg le suministró a The New York Times los famosos “Pentagon Papers”. Un total de 7000 páginas de documentos secretos pertenecientes al Pentágono que demostraban el oscuro proceso de decisión del gobierno durante la guerra en Vietnam. Los “Pentagon Papers” tuvieron una influencia categórica en el fin de la guerra de Vietnam. Para Ellsberg, la situación es muy clara: “El gobierno norteamericano lleva a cabo una guerra contra quienes dicen la verdad, una guerra contra el derecho de nuestras democracias a conocer cómo actúan los Estados”. El otro personaje conocido de esos años es William Mark Felt, alias Garganta Profunda. Felt les suministró a los periodistas del Washington Post la información que condujo a la renuncia del presidente Richard Nixon, en 1974. Los atentados del 11 de septiembre y la guerra de Irak precipitaron y ampliaron el movimiento a través de personajes notorios que osaron desafiar los Estados, las agencias de espionaje, la industria del armamento, el mundo de las finanzas o las multinacionales de Internet.

Entre ellos se destacan William Binney, ex miembro de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, la NSA. Es un hombre clave. Binney inició en 2001 el programa de espionaje Prism con el cual la NSA monitorea el planeta entero. Luego, ante los abusos, lo denunció. “Estamos muy, muy cerca de ser un Estado totalitario. Edward Snowden le hizo un gran favor a la humanidad”, afirma Binney. También está Thomas Andrews Drake, un ex ejecutivo de la NSA que, en 2006, denunció los procedimientos de la agencia: “La democracia no puede estar en manos de una sola persona o de un organismo oscuro. ¿Hasta cuándo deberemos sacrificar nuestra libertad en nombre de la seguridad?”, alega Drake. Igualmente, hay que destacar a John Kiriakou, ex agente de la CIA que reveló la práctica de la tortura en las guerras de Afganistán, Irak y en Guantánamo.

Filtradores hay muchos más, pero la novedad radica en lo que produjo el caso Snowden. Se trata de una convergencia entre todos hacia la defensa global de la democracia digital y la otra. Como lo recuerda el francés Jeremy Zimmermann, “en la intimidad emerge de nuestras conciencias lo que define nuestra individualidad, nuestra identidad. Eso es justamente lo que está amenazado cuando nos espían”. Zimmermann es un genuino representante de la nueva generación que se alió con los antiguos filtradores y los más recientes. Este link pasa por tres capitales: Londres, Berlín y París. Londres, porque allí está Assange; París, porque el grupo de Zimmermann, la Quadrature du Net, es híper activo y Berlín porque allí fueron a exiliarse varios jóvenes que trabajaron en el entorno de Assange y Edward Snowden. La persecución policial fue tal que eligieron Berlín como tierra de asilo. Alemania es un paraíso y el frente más activo de la resistencia. Allí vive Sarah Harrison, miembro del equipo de defensa jurídica de Wikileaks. Fue Sarah Harrison quien acompañó a Snowden durante los días en que estuvo varado en el aeropuerto de Moscú hasta que Rusia le otorgara la residencia. “Se trata, ante todo, de nuestros datos, de nuestra información, de nuestra historia. Debemos batallar para poseerla”, dice Harrison. Otro personaje central de los exiliados de Berlín es el hacker y experto en informática Jacobo Appelbaum. Fue él quien se encargó de cifrar los intercambios entre Snowden y el periodista Glenn Greenwald. Appelbaum es, además, un integrante central del proyecto –real– de red descentralizada Tor que permite circular por la red sin dejar huellas. Appelbaum retrata muy bien la violación cotidiana en la que vivimos: “Estamos frente a un aspirador de datos. Es como si la NSA abriera cada mañana las cartas que recibimos y copiara el contenido. No hay escapatoria”. Anni Machon –también exiliada en Alemania– denunció en los años ’90 una operación organizada por el contraespionaje que apuntaba a pagar a islamistas libios para que asesinen a Muammar Khadafi. Hoy, Machon preside la Fondation Courage. Este organismo se encarga de proteger a los filtradores. “Divulgar información confidencial tiene un costo muy alto, afirma Anni Machon: “Muchos filtradores van presos, son perseguidos, pierden su trabajo, sus derechos, sus familias y nadie quiere contratarlos. También se los acusa de traidores y, de inmediato, se vuelven seres tóxicos”. Con la internacionalización del espionaje, hackers, filtradores y militantes de todo origen se acercaron y abrieron un campo de batalla prioritario. El lugar de encuentro es el CCC, el Chaos Computer Club de Alemania. El CCC es la asociación de hackers más importante de Europa.

La transparencia digital de los Estados es tan decisiva como la transparencia de la democracia política. Estos nacientes centinelas de la democracia digital necesitan la contribución de las conciencias. Estas, sin embargo, parecen domesticadas, fascinadas aún por el objeto tecnológico como para darse cuenta del peligro que se corre. El mundo de hoy ya estaba escrito. El escritor norteamericano Philip K. Dick – Minority Report, Blade Runner, Total Recall– lo anticipó en sus primeras novelas de los años ’50. Vio la NSA, el espionaje, las redes, la persecución digital. Sólo le faltó vislumbrar un ingrediente determinante en esta batalla democrática que recién empieza: la pasividad de las sociedades.

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