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Haven, Snowden y la paranoia

En los tiempos de cambio vertiginoso que vivimos, procuro tener muchísimo cuidado a la hora de juzgar las cosas, y más cuando vienen de personas a las que respeto y reconozco una gran capacidad para interpretar el futuro.

Una de esas personas es, indudablemente, Edward Snowden, que en colaboración con The Freedom of the Press Foundation y con Guardian Project ha puesto en marcha una iniciativa para convertir cualquier teléfono Android, con todos sus sensores, cámaras y micrófonos, en un dispositivo capaz de alertarnos de cualquier intento de intrusión. La idea es prevenir el evil maid attack, la posibilidad de que alguien acceda a nuestros dispositivos cuando se encuentran desatendidos, y pueda instalar el ellos algún tipo de tracker, de lector de teclado o de programa que permita la vigilancia o el espionaje. Básicamente, es un completo sistema de vigilancia de la habitación en la que dejemos el terminal, que registra todo tipo de posibles incidencias, desde imágenes o sonidos hasta cambios en la luminosidad, movimiento del dispositivo, etc. y los envía a otro dispositivo a través de Signal, una de las apps con un cifrado más robusto, sin dejar ninguna copia en la nube ni en ningún otro sitio.

Como comentaba al principio, el tema no es para tomárselo a broma: el propio Snowden tiene muy justificadas razones para adoptar una actitud vigilante, y es conocido por gestos que muchos podrían considerar extravagantes, como teclear sus contraseñas cubriendo sus manos con una funda de almohada, o pedir a los periodistas que metan sus smartphones en el frigorífico del minibar del hotel para evitar que transmitan inadvertidamente  posibles registros de sus micrófonos o cámaras. En su situación, ese tipo de precauciones son completamente comprensibles y justificadas. Y en realidad, si a mi alguien me hubiese avanzado, hace diez años, que tanto mi smartphone como mi ordenador estarían de manera permanente comunicándose a través de una VPN o que almacenaría mis contraseñas, que ni yo mismo conocería, en un gestor con fortísimas medidas de seguridad, habría pensado que estaba hablando con un paranoico. Sin embargo, es así: incluso una persona con un nivel de responsabilidad tan escaso como el mío, que me dedico fundamentalmente a la investigación y a la docencia, toma hoy en día precauciones como esas en su vida cotidiana.

El problema de la paranoia no es que haya muchos posibles paranoicos o que las cosas que leemos nos lleven a convertirnos en uno, sino que haya personas o instituciones dispuestas a tratar de aprovechar la ausencia de la misma. Pero existe otro problema asociado: el mal uso de las herramientas diseñadas por quienes buscan protegernos. Sin duda, Haven puede convertirse en una gran herramienta que puede hacer que un periodista en un país con escasas libertades, un activista o cualquier persona en una situación de riesgo se sienta más protegido de posibles intentos de intrusión. Pero también puede servir para muchas otras cosas, y no todas buenas: imagino situaciones domésticas o corporativas en las que algo tan simple como un teléfono Android al que todos hoy en día tenemos acceso pueda ser utilizado para dejarlo disimuladamente en cualquier lado y espiar a otras personas, para generar situaciones de desconfianza o para buscar pruebas de a saber qué fantasías o realidades, con todo lo que ello conlleva de violación del derecho de privacidad o de potenciales usos ilegales. No hay fácil solución para este problema.

Haven puede ser una herramienta interesante, pero en manos de según quién, puede generar auténticas situaciones de paranoia: una persona que limpia una habitación en un hotel puede tener razones perfectamente lógicas no solo para entrar en nuestra habitación, sino incluso para desplazar nuestros dispositivos, aunque solo sea para pasar el trapo o un plumero por debajo de los mismos, sin que ello quiera decir que esté intentando instalar en ellos ningún sistema de vigilancia. Poner potentes herramientas de contraespionaje en manos de cualquiera es algo que indudablemente, el estado actual de la tecnología es capaz de hacer, pero que, por otro lado, puede llegar a generar problemas para muchos, en todo tipo de situaciones.

Como siempre, la tecnología es eso: tecnología. El uso que decidamos darle es otra cosa. Esperemos que la difusión masiva de una herramienta como Haven tenga como consecuencia más efectos beneficiosos que dañinos, como lo es el hecho de que ese tipo de iniciativas permitan restaurar una cierta “simetría” entre “los malos” que tradicionalmente han tenido acceso a esas herramientas y “los buenos” que generalmente no lo tenían. Pero como en todo, la realidad es mucho más compleja que todo eso, en raras ocasiones hay ya “malos” y “buenos”, y no me extrañaría ver, en breve, malos o potencialmente peligrosos usos de este tipo de tecnologías para ya veremos qué aplicaciones, o a todos convertidos pronto en absolutos paranoicos buscando posibles teléfonos abandonados en una esquina de la habitación en la que estamos como cuando se buscan micrófonos en las películas de espías.

No todos somos Edward Snowden, y la línea que separa la precaución de la paranoia o del mal uso es muy delgada. Hagamos uso del sentido común.

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