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La división digital en función de la privacidad – Enrique Dans

Las divisiones sociales en el pasado se establecían en función de parámetros como la pertenencia a una determinada familia, el dinero y las posesiones, o el acceso a recursos como la información. El escenario del futuro – o para muchos, ya el del presente – se caracterizará por la posibilidad de entender y utilizar herramientas que salvaguarden la privacidad.

Un reciente paper de Ian Clark desarrolla precisamente esa interesante cuestión: la división de la sociedad entre personas completa y permanentemente monitorizadas, sin capacidad para llevar a cabo – escribir, leer, comentar, reunirse, visitar, etc. – nada sin que sea automáticamente conocido por las autoridades competentes, y aquellos con suficientes conocimientos o habilidades para mantener un cierto nivel de libertad y privacidad.

El impresionante desarrollo en China de una plataforma contextual de evaluación permanente de la seguridad pública, una auténtica herramienta de pre-crimen o policía del pensamiento, unida a las presiones del FBI norteamericano sobre Apple para el desbloqueo de sus dispositivos y a las iniciativas legislativas tanto del Reino Unido como de Francia en materia de acceso a las actividades de los ciudadanos, pintan un futuro verdaderamente inquietante. Una sociedad en la que una amplia mayoría de los ciudadanos utilizan herramientas que ofrecen la capacidad de monitorización permanente de todos sus actos e intereses, mientras una “minoría ilustrada” es capaz de utilizar otras que sí le permiten un cierto nivel de privacidad. La privacidad digital, establecida como nueva frontera de los derechos humanos.

La evolución del escenario tecnológico parece indicar precisamente esa tendencia: únicamente un escaso 10% de los terminales Android en el mundo están cifrados, frente a un 95% de los iPhones. Smartphones sin cifrar para la mayoría, frente a terminales cifrados y considerados razonablemente seguros para un porcentaje más pequeño y exclusivo. Herramientas de cifrado o de intercambio de información para el día a día dotadas de ciertas barreras a la adopción en función de una relativa complejidad técnica que no todos son capaces de utilizar – o algunos ni siquiera ven interesante utilizar – frente a minorías que cifran sus correos, su navegación y su vida digital mediante VPNs, proxies y correos seguros. La privacidad, como lujo al alcance de unos pocos, frente a una mayoría que, sencillamente, no la entiende o no la aprecia como tal.Herramientas gratuitas con desarrollos brillantes relegadas a la incomprensión o a una adopción meramente marginal. Tópicos como el “si no tengo nada que ocultar, no tengo nada que temer” convertidos en mantra para una mayoría ignorante o desinteresada, mientras una minoría se afana en defender a ultranza su privacidad no porque tengan realmente nada que ocultar o porque pretendan luchar o atentar contra el sistema, sino fundamentalmente como principio ideológico.

Ha bastado con un grupo terrorista, unos pocos atentados, un iPhone y un escenario susceptible de generar miedo para traernos hasta aquí, para engañar a la población hasta el punto de que crean que si permiten la monitorización de cada paso que den, estarán más seguros. Cuando escribí el prólogo para la edición española de “Cypherpunks”, el libro coral y conversacional de Julian Assange que habla precisamente de la necesidad de prepararse en el uso de estas herramientas para defenderse de una vigilancia masiva, universal y generalmente aceptada, nunca pensé que este escenario tardaría tan poco en llegar.

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