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Los robots y la inteligencia artificial reavivan el sueño de la renta básica universal

Los planes para garantizar ingresos mínimos a todos los ciudadanos están cogiendo fuerza en Silicon Valley y Europa Occidental. Es una idea estupenda, hasta que se examina en detalle

Matt Krisiloff se encuentra en una pequeña y acristalada sala de conferencias adyacente al vestíbulo de las oficinas de Y Combinator en el barrio MoMa de San Francisco (EEUU), a tiro de piedra de algunas de las start-ups más ricas del país. Muchas de ellas han sido cultivadas y apoyadas por Y Combinator. Krisiloff, que dirige las operaciones del programa de la incubadora tecnológica para empresas en fase muy temprana, explica por qué se ha comprometido a invertir una cifra que, según se dice, se cuenta por decenas de millones de dólares para una idea que jamás generará ni un céntimo de ganancias.

Es el modelo de negocio más sencillo imaginable: entregar cientos de dólares a individuos a cambio de nada, sin compromiso alguno. Krisiloff insiste en que él, al igual que sus compañeros de Y Combinator, está ansioso por empezar a regalar el dinero. “Esto podría resultar realmente transformador”, afirma. “Podría ayudar a cambiar cómo los humanos, la sociedad y la tecnología operan en conjunto en el futuro”.

El proyecto experimenta con el concepto de “renta básica universal”, que permitiría a un gobierno aliviar la pobreza entre su población. La medida reemplazaría las numerosas políticas burocráticas de red de seguridad en los países industrializados que luchan, con resultados dispares, por colocar el dinero en manos de los más necesitados.

Bajo el punto de vista de sus defensores, ese dinero también podría beneficiar a personas que no son pobres pero tampoco ricas. Ese ingreso les permitiría acceder a la educación superior, escapar de trabajos y relaciones opresivas, invertir en el bienestar y la educación de sus hijos, y dedicar su tiempo libre al arte u otras actividades no remuneradas. “Si la gente dispusiera de ese dinero, podría elegir no aceptar los trabajos mal remunerados”, afirma la investigadora del Instituto para el Futuro y el Instituto para la Nueva América en California (EEUU) Natalie Foster. “Nadie tendría que ser adicto al trabajo sólo por el temor a no tener nada en caso de dejarlo”. Según este punto de vista, aumentarían los sueldos, la igualdad económica y la felicidad.

Finlandia está estudiando un plan que entregaría a aproximadamente 100.000 ciudadanos casi 1.000 dólares (unos 900 euros) al mes como experimento, y cuatro ciudades de Holanda están a punto de lanzar programas de prueba. La provincia canadiense de Ontario se está preparando para ejecutar una prueba piloto también, y se está considerando la posibilidad de realizar una prueba a escala nacional. El Parlamento francés está discutiendo el tema, alentado por su ministro de Economía. Mientras tanto, Suiza se encuentra más cerca de poner en marcha una renta básica nacional. En junio celebró un referéndum sobre conceder a sus residentes alrededor de 2.500 dólares (unos 2.200 euros) al mes. No se aprobó: tan sólo el 23% de los votantes se mostraron a favor de la propuesta.

A los progresistas generalmente les gustan tales medidas, siempre que no dejen a los pobres y desempleados con menos dinero del que reciben de los programas de red de seguridad actuales. Muchos conservadores y liberales lo apoyan también, gracias en parte a la idea de que una renta básica reduciría la burocracia gubernamental. (La propuesta suiza, sin embargo, atrajo críticas de muchos conservadores, en parte porque tenía intención de aplicarse en conjunto con los programas existentes).

En Estados Unidos, el concepto de la renta básica está recibiendo un renovado interés porque varios líderes de la industria tecnológica lo están promocionando, especialmente en Silicon Valley y la zona de la bahía de San Francisco. “Se está produciendo mucho ruido sobre la renta básica aquí ahora mismo”, afirma el líder de la agencia de capital riesgo Bloomberg Beta, Roy Bahat. Ese ruido subió de volumen tras el anuncio de Y Combinator de que financiará un experimento de renta básica en una comunidad estadounidense sin especificar. (La empresa también ha dicho que un pequeño piloto, no el experimento principal, se realizará en Oakland, California, también en Estados Unidos).

Para el público de Silicon Valley, la motivación principal parece ser la preocupación sobre la pérdida de trabajos que ha estado generando la automatización, y la posibilidad de que la inteligencia artificial (IA) cada vez más sofisticada podría acelerar esta tendencia. Un defensor es el científico de datos y fundador de ShareProgress, Jim Pugh, cuya empresa tecnológica apoya las organizaciones sin ánimo de lucro y de impacto social. “Con coches autónomos sobre la carretera haciéndose realidad, existe una creciente preocupación sobre el aspecto que tendría una economía con una amplia automatización”, dice.

¿A quién no le gusta el dinero gratis, especialmente en forma de un grandioso plan para aliviar la pobreza e impulsar la calidad de vida que recibe un apoyo político de amplio espectro y atrae unas entusiastas atenciones de la comunidad de innovación más celebrada de Estados Unidos?


Foto: El gráfico muestra la evolución del número de estadounidenses pobres al alza desde alrededor de 2000. Crédito: Saez y Zucman, 2016.

Bien, está el hecho de que una renta básica universal podría añadir hasta dos billones de dólares (unos 1,8 billones de euros) en gastos anuales al presupuesto de Estados Unidos. Entonces está la cuestión de si tal programa podría desconectar a grandes sectores de la población de Estados Unidos de los aspectos positivos de trabajar para ganarse la vida, un efecto secundario potencialmente tóxico. Y por último, existen pocas pruebas de que el desempleo tecnológico a gran escala realmente esté produciéndose ni de que vaya a producirse en un futuro inmediato. Los avances están cambiando el tipo de tareas y capacidades que se demandan, desplazando a muchos trabajadores de puestos de trabajo que se han vuelto obsoletos. Pero el desplazamiento laboral masivo alimentado por la automatización citada como la principal justificación para una renta básica realmente no se producirá hasta dentro de décadas, si es que se llega a producir. “La idea de la renta básica es buena en un mundo en el que la mayoría de los trabajos sean ejecutados por robots, pero probablemente no llegaremos a eso hasta dentro de entre 30 y 50 años“, afirma el investigador de la economía digital de la Escuela Sloan de Negocios del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, EEUU) Erik Brynjulfsson.

Los defensores mantienen que una renta básica representa una manera de liberar a los que han luchado por encontrar un trabajo aceptable: actualmente 7,4 millones de personas se encuentran en paro en Estados Unidos, otros seis millones quieren trabajos a jornada completa pero sólo encuentran de media jornada, millones más han abandonado la búsqueda y tal vez decenas de millones se han conformado con trabajos de remuneración baja, escasos beneficios o malas condiciones de trabajo. Pero también se puede argumentar que la idea representa una manera de sobornar a esas personas, facilitando que obvien recibir la educación y la formación que realmente ayudaría a aliviar la desigualdad económica e invertir el estancamiento salarial. ¿Podría representar simplemente una manera de renunciar a proporcionar el amplio acceso a trabajos decentes que es considerado desde hace largo tiempo como un componente esencial de una sociedad sana? O, para decirlo con menos rodeos: en un momento en el que la economía tecnológica está generando enormes cantidades de riqueza, ¿está Silicon Valley simplemente intentando calmar a los que se han quedado atrás?

Demosubvenciones

Los llamamientos para una renta básica datan al menos de principios del siglo XVI, cuando el filósofo Tomás Moro, por su objeción a la política de Inglaterra de ejecutar a los ladrones, sugirió reducir la pobreza al conceder un poquito de dinero a todos, totalmente al margen del empleo. Pero la idea no despegó hasta finales de la Primera Guerra Mundial, cuando el matemático y filósofo británico Bertrand Russell y el movimiento del crédito social ganaron algo de apoyo público tanto en Reino Unido como en Canadá. Durante la década de 1930, el Partido Laborista de Reino Unido tomó el relevo, denominando a su plan de renta básica como “un dividendo social”.

En el Estados Unidos de esa era, el programa de políticas intervencionistas que implementó el entonces presidente Franklin D. Roosevelt para combatir el impacto de la Gran Depresión en la población (el New Deal) se centró en proporcionar trabajos mediante programas públicos de empleo, por lo que existía poco interés en la idea de entregar dinero sin más a la población. Pero el economista liberal Milton Friedman reavivó ese interés a principios de la década de 1960 al pedir un “impuesto negativo sobre la renta” que reemplazara la mucho más compleja red de seguridad de programas federales antipobreza establecida por el New Deal y proporcionara a los pobres un mayor control sobre sus propias finanzas.

Martin Luther King Jr. también fue defensor de la idea. En 1968, más de 1.000 economistas firmaron una petición a favor de un programa de renta básica. El presidente estadounidense Richard Nixon accedió e intentó impulsar la aprobación de un “Plan de Asistencia Familiar”, que en la mayoría de los sentidos representaba una renta básica. Apoyado por una mayoría del público y respaldado por la mayoría de los periódicos, el plan de Nixon pasó sin contratiempos por la Cámara de Representantes. Pero murió en el Senado, donde los conservadores se opusieron al coste y los liberales querían implementar un pago más alto y eliminar cualquier requisito relacionado con el empleo. Entonces el candidato presidencial de 1972 George McGovern se unió a la fiesta, con la breve inclusión en su campaña de una “demosubvención” para todos los ciudadanos. Pero la era despedazadora-de-redes-de-seguridad del presidente Ronald Reagan durante la década de 1980 acabó con cualquier mención de una renta básica en Estados Unidos.

Las raíces de su renovada popularidad en Estados Unidos nacieron del temor de algunos miembros de la comunidad tecnológica por que las tecnologías digitales puedan estar eliminado empleos. Uno de sus primeros impulsores fue Pugh de ShareProgress, que se interesó por los planes de renta básica hace tres años tras toparse con una relación de los experimentos europeos con este enfoque. Empezó a escribir artículos y organizar eventos para promocionar el apoyo para la renta básica en Silicon Valley y recibió “una respuesta inesperadamente buena”, afirma. Otros artículos y actualizaciones de blog empezaron a emerger de la comunicad tecnológica, y cuando Y Combinator anunció su experimento, los apoyos cruzaron un umbral.

Un motivo por el que la idea ha vuelto es que muchos estadounidenses están sufriendo económicamente. Alrededor de una de cada siete personas vive por debajo del umbral de la pobreza, según la Oficina del Censo de Estados Unidos. Otras presiones financieras penden sobre la cabeza de otros muchos estadounidenses. Según todas los datos, los trabajos de clase media que no requieren una licenciatura universitaria ni una formación especializada empiezan a escasear. Eso deja a muchas personas que antaño podrían haber conseguido un buen trabajo en puestos de remuneración menor y con menos seguridad. Mientras tanto, el 0,1% de los estadounidenses ahora acaparan más del 20% de la riqueza del país.

Resulta difícil vivir en Silicon Valley sin fijarse en la creciente desigualdad. El antropólogo de la Universidad Estatal de San José (EEUU) especializado en la etnografía de la industria tecnológica Chuck Darrah, que vive desde hace años en Mountain View (EEUU), ha visto cuadruplicarse el valor de su vivienda, hasta alcanzar los 2,3 millones de dólares (unos dos millones de euros), desde el año 1998. Durante un paseo por la zona, señala otras viviendas cuyos valores se están disparando de forma similar. La gentrificación ha obligado a los menos pudientes al exilio, enviándolos no sólo lejos de sus anteriores hogares y escuelas sino también de los mercados de trabajo más fuertes de la región. “Todas las investigaciones demuestran que Silicon Valley se está fraccionando más rápidamente que el resto del país“, afirma.

No es de extrañar entonces que abordar la pobreza y la pérdida de trabajo esté en mente de los miembros del sector tecnológico, cuando no se encuentran trabajando duro en el desarrollo de apps que faciliten la automatización de alguna tarea o el acceso a algún servicio que antaño dependía de un empleado de carne y hueso. Si juntamos la preocupación acerca del desplazamiento laboral impulsado por la inteligencia artificial con el empuje de la comunidad tecnológica por resolver problemas difíciles mediante enfoques radicalmente nuevos, no sorprende que la idea de una renta básica se haya convertido en la última obsesión de Silicon Valley. A eso hay que añadir el profundo escepticismo sobre la capacidad del Gobierno de resolver problemas importantes.Y después echemos a la mezcla la concienciación de que la riqueza que los trabajadores tecnológicos están generando para sí mismos y para el resto de la minoría menos adinerada está llevando la desigualdad hasta un punto en el que podría generar un gran conflicto social.

“En otros momentos de la historia de Estados Unidos, hemos observado el alza de un capitalismo progresista que apoyaba el crecimiento de un movimiento sindical revitalizado, en parte porque algunos capitalistas razonaban que reduciría las posibilidades de que los trabajadores adoptaran el socialismo”, explica el director del Centro sobre la Pobreza y la Desigualdad de la Universidad de Stanford (EEUU), David Grusky. “Este es otro momento de la historia en el cual podrían surgir algunas ansiedades difusas acerca de la agitación social a largo plazo”.

Costes que escandalizan

¿Cuánto llegaría a costar realmente? La respuesta sencilla es: mucho. Los economistas se apresuran a señalar que sean cuáles sean los ahorros potenciales que podrían resultar de la eliminación de la burocracia actual de redes de seguridad, tienen muchas probabilidades de verse superados por el coste de entregar un talón anual por valor de, digamos 10.000 dólares (unos 8.920 euros) a cada adulto en Estados Unidos. (Las cuantías propuestas varían, por supuesto, y tienen muchas probabilidades de ser modificadas para las personas con hijos a su cargo. Generalmente se da por hecho que los programas existentes de financiación de la atención médica permanecerían inalterados, al igual que el programa estadounidense de Seguridad Social. Un cálculo aproximado sugiere que una renta básica de 10.000 dólares (unos 8.920 euros), una cifra que bastaría para elevar a la vasta mayoría de los estadounidenses por encima del umbral de la pobreza, resultaría al menos el doble de caro que los beneficios y sobrecostes actuales de antipobreza al añadir entre uno y dos billones de dólares (entre unos 0,9 y 1,8 billones de euros) al presupuesto federal. Reducir el importe de ese talón a la mitad contribuiría de modo importante a la resolución de ese problema, pero dejaría a millones de personas aún por debajo del umbral de la pobreza con menos programas federales en los que apoyarse.

Foto: El gráfico muestra el reparto de la riqueza del primer 0,1% de la población estadounidense durante el último siglo. La cifra actual ronda el 22%. Crédito: Saez y Zucman, 2016.

Más allá del precio, existen inquietudes acerca del impacto social y cultural de expulsar a tanta gente de la fuerza laboral. El director de Programas de Nova, una agencia sin ánimo de lucro dedicada al desarrollo de la fuerza laboral, Luther Jackson, afirma que hay pruebas de que la pérdida del trabajo puede significar mucho más que la pérdida del sueldo; puede perjudicar profundamente al nivel de autoestima y deprimir la visión global de la persona afectada. Una reunión semanal de personas que buscan trabajo puede volverse intensamente emocional, afirma: “Puede parecerse a una reunión de avivamiento religioso. La gente busca entender quién es y qué papel juega”. De hecho, la adopción de la comunidad tecnológica de la idea de abordar el desempleo con dinero en lugar de puestos de trabajo resulta irónica, señala Darrah de la Universidad Estatal de San José. “Quieren esta supuestamente genial solución para los demás, no para sí mismos”, critica, y añade: “Ellos se desviven por sus trabajos”.

Pero la preocupación de que la gente pierda la voluntad de trabajar es exagerada, según los defensores de la renta básica. Su argumento es más o menos así: puesto que el pago probablemente distará mucho de ser generoso, tal vez bastando a duras penas para subsistir, la mayoría de la gente probablemente elegirá complementar su renta básica con un empleo. La renta básica les liberará para que puedan buscar trabajos con mejores remuneraciones, beneficios y condiciones, o para buscar empleos más satisfactorios e interesantes, incluso aunque ese trabajo sea peor remunerado o carezca por completo de sueldo, como quedarse en casa para cuidar de una joven y creciente familia o para intentar desarrollar una invención propia.

Un resultado ideal, según Grusky de la Universidad de Stanford, sería que los trabajadores poco cualificados invirtiesen el dinero percibido en formación que les permita desempeñar puestos más técnicos, y que los padres lo destinaran a la educación de sus hijos. “Ahora mismo esas oportunidades son más accesibles para los ricos. Una renta básica podría permitir a los desaventajados comprar esas oportunidades”, señala Grusky.

E incluso de no suceder eso y de agarrar el dinero la mayor parte de la población y despedirse, o verse exiliada, de la fuerza laboral, los lazos sociales que hoy están arraigados en el trabajo podrían verse sustituidos por otros nuevos. El experto sugiere: “Podría dar paso a una revolución cultural masiva sobre el sentido de la vida”.

Apuesta arriesgada

Puede que sea cierto que nuevas instituciones y actitudes culturales estén esperando entre bastidores para liberarnos de nuestro apego psicosocial al trabajo una vez que una renta básica nos libere de nuestra dependencia económica de él. Y puede que sea cierto que la gente que reciba una renta básica no vaya a dejar de trabajar sino simplemente emplee el dinero como un trampolín hacia trabajos más gratificantes. Parecen representar unas apuestas arriesgadas, no obstante.

De hecho, la encuesta anual de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos demuestra que las principales maneras en las que los desempleados tienden a emplear el tiempo adquirido al no trabajar son en ver la tele y dormir, en lugar de inventar nuevos productos o adquirir nuevas habilidades. En teoría, los experimentos de la vida real pueden ayudar a resolver la cuestión de qué le pasa a la gente y a las comunidades cuando empiezan a recibir la renta básica. Y se han realizado varios experimentos así. En la práctica, sin embargo, los resultados han tendido a proporcionar carne de cañón para ambos bandos.

Los grandes estudios realizados durante la administración Nixon en importantes ciudades estadounidenses como Denver y Seattle, además de un gran experimento en Manitoba (Canadá), produjeron resultados que apoyaban las afirmaciones de varios investigadores de que la gente que recibe una renta básica trabaja menos o más, y de que las familias y comunidades se volvieron más o menos estables. Los críticos afirman que los estudios concluyeron antes de que se pudiesen realizar los verdaderos beneficios y costes, que los pagos eran demasiado pequeños para poder producir unos resultados claros, que la gente involucrada no representaba un muestreo representativo y que los resultados fueron mal interpretados. Los experimentos que se realizarán en otros países puede que no resulten más concluyentes: los escépticos ya los están desestimando para las condiciones y actitudes presentes en Estados Unidos. Incluso el experimento de Y Combinator ha sido criticado por ser demasiado limitado en cuanto a tiempo y alcance para ofrecer una idea de los impactos económicos y sociales más amplios del enfoque.

Una renta básica no solo representaría una arriesgada apuesta basada en datos poco claros. La mayor objeción es que se trate de una apuesta innecesaria. Los existentes programas de red de seguridad podrían ser ampliados y afinados para eliminar la pobreza de forma igualmente eficaz pero mucho menos cara, y podrían seguir centrándose en proporcionar trabajos y las iniciativas para aceptar y ocuparlos.

La desventaja de los programas existentes es que generalmente se van eliminando gradualmente según la gente gana más dinero por su trabajo. Eso puede tener el efecto perverso de desalentar al trabajo. El crédito sobre el impuesto a las rentas del trabajo (EITC, por sus siglas en inglés) está estructurado para resolver ese problema al garantizar que el sueldo neto siempre suba junto con el aumento del sueldo bruto, mientras siga cuidando de que no perciban beneficios las personas que ingresan lo suficiente para vivir cómodamente sin ellos. Para un matrimonio con tres o más hijos, el máximo EITC es de 6.242 dólares (o 5.596 euros), para ingresos de entre 13.870 y 23.640 dólares (entre 12.435 y 21.186 euros); si el crédito supera la factura fiscal total, la diferencia es pagada en forma de devolución durante el ejercicio fiscal anual. El crédito es gradualmente eliminado al superar los ingresos los 23.630 dólares (21.186 euros).

El economista de la Universidad de Northwestern (EEUU) Robert Gordon cree que la mejor opción consiste en ampliar y mejorar los existentes programas de red de seguridad, especialmente con un aumento con el EITC. El experto defiende: “Yo haría que los beneficios fuesen más generosos para llegar a un mínimo razonable, aumentaría el EITC y ampliaría significativamente los cuidados preescolares para los niños que crezcan en condiciones de pobreza“. Si todo eso sucediera, añade, no había necesidad de contemplar los masivos costes de una renta básica. (El impuesto negativo propuesto por Milton Friedman se redujo a un plan más o menos equivalente al de Gordon, eliminándose gradualmente según aumenten los ingresos procedentes del empleo).

Aún no nos encontramos en peligro de quedarnos sin trabajos, así que, ¿por qué asumir tanto gasto para facilitar que la gente opte por abandonar la fuerza laboral? Gordon explica: “Tenemos una economía que ahora mismo está generando cientos de miles de empleos al mes. Puede ser que muchas personas que buscan trabajo no estén radicadas donde lo están la mayoría de los trabajos, o que carezcan de la formación adecuada para ocuparlos”. Pero, argumenta que esos problemas podrían resolverse sin hacer que decenas de millones de personas dependan de prestaciones del Gobierno.

Si la automatización, el software y los servicios basados en la inteligencia artificial sí llegan a eliminar algún día vastos números de trabajos, los mismos acontecimientos probablemente den un tremendo impulso a la generación de riqueza y la prosperidad. Financiar una renta básica con esa riqueza adquiere un clarísimo sentido, pero hacerlo ahora carece de él, según Brynjulfsson del MIT. “Mientras que la automatización reemplaza muchos trabajos, también genera otros”, afirma. “Aún existen bastantes necesidades y trabajos no satisfechos, por lo que la estrategia correcta para la situación actual es preparar a la gente para realizar esas tareas”, añade. Y por ahora, Brynjolfsson señala: “No somos lo suficientemente ricos para poder permitirnos pagar una renta básica que proporcionara a todos una calidad de vida decente sin necesidad de trabajar”.

El último libro de David H. Freedman se titula ‘Wrong: Why Experts Keep Failing Us’.

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