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¿Para qué sirve un fact-checking? Por qué la democracia puede sobrevivir sin desmentir un dato falso

El nacimiento de Maldita y Newtral ha provocado toda una serie de reacciones y respuestas en redes sociales. Lo que para sus organizadores (y la mayoría de sus lectores) es un necesario servicio público de comprobación de lo que circula en las redes o sale de la boca de los políticos, para otros es una fuente de problemas. ¿Qué diferencia a estos medios de los tradicionales? ¿Al difundir los bulos, aunque sea refutándolos, no están provocando precisamente ese contagio informativo que querían evitar? Como satirizan más allá, ¿quién fact checkea al fact checkeador?

Es un debate que llega ahora a España pero que tiene sus orígenes inmediatos en la serie de fact checkers estadounidenses posteriores a Cambridge Analytica (y a la intoxicación de Facebook y Whatsapp) y a esa llamada “post-verdad” en la que viven los estadounidenses con un Presidente que miente más que habla pero cuyas declaraciones los medios deben recoger. Yendo más atrás, el fenómeno comenzó casi con el asentamiento de los medios online: la comprobación de datos políticos la puso de moda Politifact.com en 2012, y, antes que ellos, The Washington Post en 2007.

¿Sirve de algo el fact checking?

Si entendemos este acto como el de informar mejor a la ciudadanía para que tome mejores decisiones en su día a día… ¿Funciona que un medio confirme que es falso que Irán haya financiado a Podemos? ¿Que nos confirmen que Pablo Casado no ha llamado vagos a los andaluces defensores de la memoria histórica? ¿Somos capaces de convencer a alguien que se ha tragado un bulo explicándole La Verdad?

Ni sí ni no ni todo lo contrario.

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Según un meta análisis estadounidense que encuestaba a casi 7.000 personas, depende de muchos factores. Primero hay que entender cómo funcionamos. Tendemos a interpretar la realidad que ayuda a confirmar nuestras creencias. Y, además, cuanto más partidistas seamos en base a algún espectro político, más nos dejamos llevar por este sistema de creencias.

Entonces, una vez sabido esto, hay que tener en cuenta una segunda consideración: es más fácil montar un bulo (que esa información penetre en el sujeto) que desmontarlo (que el sujeto acepte esta nueva información).

Y aquí entraba ese segundo punto: la información son sólo datos que cogemos para construir nuestra visión del mundo. Si a alguien le dices que su información es falsa, puede intentar retorcer esa nueva información corregida para que siga manteniendo indeleble su visión sobre la economía, la integridad de tal o cual partido o las bonanzas de usar este o aquel sistema operativo. Como analizaba Guido Corradi en Rasgo Latente, “el generar argumentos para defender una desinformación, incrementa la persistencia de esas creencias iniciales, pues la tendencia siempre es hacia confirmar nuestras creencias”.

Y además, los analistas sugieren que, cuanto más divisivo sea un tema (aborto, inmigración), la gente tiende a apoyar más fuertemente su propia creencia, aunque le des los hechos que refutan sus ideas.

Hay también riesgos, ya que, a mayor exposición de los datos dentro del bulo a rectificar, menos efectivo es desmontar el bulo. Además de intentar no dar voz a las mentiras, funciona la facilitación de las fuentes que desmienten el bulo.

¿Hacen más mal que bien los fact checkers?

Otra de las teorías que circula entre las columnas de psicología y análisis de la desinformación es el “efecto rebote”, o “backfire effect” en el original, y que es la manifestación extrema de eso que veíamos antes.

Años atrás, en 2010, circuló un estudio posteriormente muy referido: a una serie de encuestados se les preguntó si conocían que era un bulo la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, y salió que, tras la encuesta, más personas del espectro conservador creían con más firmeza en la existencia de esas armas de los que así lo habían declarado previamente al ejercicio. Es decir, que por ir a desmentir, creabas más personas intoxicadas.

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Resulta que este análisis del fact check ha tenido después su propio fact check, o al menos así lo presenten unos nuevos analistas, que hicieron un análisis más ambicioso del fenómeno, encuestando a 8.000 personas sobre 36 temas políticos. Pues bien, según ellos, el efecto rebote es una cosa rarísima que sólo ocurrió de forma significativa en uno de los 36 temas propuestos. Hasta las personas más partidistas, al ser preguntadas sobre algún tema y después de decirles una frase simple sobre la procedencia del bulo, tendían a aceptar que se trataba de una mentira.

Otros estudios también han indicado que, pese a que su impacto no es todo lo efectivo que les gustaría, los fact checks funcionan debilitando las creencias de esos bulos que se intentan combatir. Como trucos, lo mejor que podemos para convencer a alguien es darle parcialmente la razón, hacer que el desmentido provenga de su mismo espectro político y ofrecerle una nueva información que anule el bulo pero le ayude a mantener intacta su postura ideológica.

Claro que, al mismo tiempo, los medios fact checkers están más expuestos a un riesgo que también sufren los medios de comunicación: mover el debate hacia ideas que antes no estaban ahí. Los partidos y candidatos que no están dentro del sistema tienden a usar la polémica como forma de captar atención, y para ello, entre otras cosas, pueden optar por decir muchas más mentiras.

Esto llevaría a los medios de fact check a dedicarle más espacio a desmentidos de estos grupos e ideas, cuando se ha comprobado que la visibilización mediática está relacionada con el éxito a la hora de encontrar más apoyos públicos y de sembrar mayores dudas entre la población general hacia temas sobre los que hay un consenso científico.

Según las investigaciones periodísticas sobre cobertura de declaraciones, si tu objetivo es evitar la propagación de mentiras a veces es mejor no contarlo.

Por qué desmentir los datos no importa tanto como nos gustaría

Según una encuesta de Pew Research, un 23% de los usuarios de Facebook encuestados reconocieron haber compartido fake news, y lo que es más, un 14% de ellos dijeron haberlas compartido incluso sabiendo que eran mentira.

A ello se le suma otro fenómeno: como hemos comprobado los periodistas en más de una y más de dos ocasiones, las mentiras cabalgan a mucha mayor velocidad que las correcciones, y en muchos casos ambas informaciones se mueven en ámbitos diferentes. Hay gente que comparte bulos de los que difícilmente recibirá la posterior comprobación.

A nivel sociopolítico, todo esto no trata de información, o como dijo Mike Ananny, académico especializado en medios de comunicación, las fake news son “la evidencia de un fenómeno social en el que tiene lugar la lucha entre cómo los grupos sociales interpretan la realidad y qué tipo de mundo quieren”. La cosa no va de qué es verdad y qué no la es, sino de cómo se mueve el poder.

Y en esencia de eso va todo. No va de dar datos falsos o verdaderos, sino de apoyar tu visión del mundo y mover al poder con ello. Es por eso mismo que, pese a que el fact checking puede funcionar, no ayuda a cambiar la perspectiva política de nadie sobre ciertos temas. 

Y además, ¿qué es un hecho? ¿qué es verdad?

Primero, los hechos no existen. O mejor dicho, no hay un consenso sobre qué es un bulo y qué no lo es, salvo en los casos flagrantes. Lo que constituye un dato falso se mueve en función de lo que el analista de fact check considera que es la intención de fondo del medio o el político, y sus herramientas para “desmontar bulos” a veces no pueden ser neutrales, el espacio anhelado por este tipo de medios.

Lo contaban los profesores de ciencias políticas Joseph E. Uscinski y Ryden W. Butler en su trabajo La epistemiología del fact checking: la metodología implementada por estos medios revisores sobre qué constituye una verdad y una mentira lleva a prácticas periodísticas dudosas, hiriendo a la vez a las profesiones periodística y política.

Se referían, por ejemplo, a la calificación de “verdad”, “verdad a medias” o “mentira flagrantes” en gráficas coloridas de algunos medios estadounidenses, conduciendo al “infortainment” (entretenimiento informativo”) que simplifica la forma de ver nuestro mundo, mucho más complejo. 

Por otra parte, organizaciones, políticos y otros comunicadores hacen infinidad de aseveraciones diariamente. Es imposible fact checkearlo todo, así que el procedimiento de sampleo que aplican es lo que se conoce en ciencias sociales como un acto de selección de casos, una actividad sesgada en sí misma. 

Y además, al dar a cada dato checkeado el mismo peso y al colocarlos todos ante el mismo recuento, se distorsiona la relación de importancia: primero, se demuestra que todos los políticos mienten, pero luego las mentiras más peligrosas, las que pueden hacer más daño social, parecen igual de importantes que las que no lo son.

FACT-CHECK | @Irene_Montero_ : “Hemos demostrado que somos la fuerza parlamentaria que más iniciativas presenta”

✔Es una VERDAD A MEDIAS. Podemos es el grupo con más iniciativas en términos absolutos, pero no teniendo en cuenta el nº de diputados
👇🏿👇🏿👇🏿https://t.co/fCrp9ePTvH pic.twitter.com/TmwGAlJzHu— Newtral (@Newtral) March 12, 2019

Por otra parte, como analizan algunos, los medios que reconocemos como bulos a veces no inventan la información, sino que la instrumentalizan de forma más evidente que otros medios tradicionales para calentar una postura en un debate y orientar al lector hacia una interpretación que no es rigurosa. Es el caso evidente de muchas noticias sensacionalistas sobre crímenes.

Segundo, la gente también comparte noticias por diversión y entretenimiento, esperando generar polémicas al postear un bulo en su muro de Facebook entre sus amigos. Esta ha sido siempre una de las facetas del periodismo y lo sigue siendo ahora, con la diferencia de que han entrado nuestros contendientes: cualquiera puede montarse una web y hacerse pasar por medio, como hemos visto con el escándalo de las elecciones estadounidenses. 

El periodismo no debería obcecarse con los hechos, que también, sino ofrecer un contexto, una visión de conjunto. Curiosamente algunos análisis apoyan que, en caso de que quieras cambiar la mentalidad de la gente sobre algún tema, es mejor alejarse de partidos y personajes políticos y debatir en abstracto sobre los temas en sí. Antes que hacerse eco de si es cierto ese bulo que dice que los inmigrantes colapsan el sistema de las pensiones, merece más la pena un reportaje sobre los efectos de la inmigración en la población a largo plazo.

Sin embargo, es mucho más sencillo y económico para los medios de fact checking centrarse en el periodismo de declaraciones, que siempre generará este tipo de oportunidades reporterísticas.

Entonces, ¿para qué sirven los medios de fact checking?

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Para dar trabajo a los periodistas. Contaban Jan Elisabeth y Cara Cennella, dos profesionales del periodismo estadounidense, que el fact checking es “el nuevo negro”: “desde las elecciones de 2016 ha dejado de ser una salvaguarda de la verdad a ser una ascendente fuente de generar contenido por derecho propio: las audiencias, hambrientas de artículos de verificación, hacen crecer el tráfico de los medios que les dan hueco”.

Aquí se especifica cómo, en el día de debate electoral, la mayoría de medios que proveían algún servicio de fact check lo petaban con esos contenidos nivel que se les cayese la página, y los tres grandes medios del país en verificación de datos (PolitiFact, The Washington Post Fact Checker y FactCheck.org) rompieron todos sus récords previos.

España está ya en la misma dinámica: 16 medios, entre ellos Politibot, Datadista, PúblicoRTVE se han apuntado a un proyecto conjunto de verificación de datos, es decir, confirmando que habrá trabajadores dedicándose a esa caza de bulos. Se han llegado a acuerdos con Facebook, se han desarrollado aplicaciones y se proveen servicios de mensajería con la ciudadanía. Hay recursos volcados en esto.

En cierta forma, y aunque tiene algunas funcionalidades nuevas, el viejo formar, informar y entretener. Con más tirón ahora mismo, eso sí.

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