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Por qué tus amigos de Facebook siempre están más guapos y felices (y otras paradojas de la vida moderna)

Hasta con los robots somos racistas. Un estudio de investigadores neozelandeses ha demostrado que tenemos los mismos prejuicios contra los autómatas por el tinte de su chapa que contra las personas por el color de su piel. Para determinarlo, desarrollaron un videojuego en el que se encarna a un policía que debe decidir, en cuestión de segundos, si disparar o no a un posible criminal.

La idea era comprobar si presentamos contra los robots el llamado shooter bias (prejuicio del tirador) que ya se sabe que tenemos contra los humanos. Y la conclusión es que sí: somos de gatillo fácil con los robots marrones y nos cuesta disparar a los de color carne.

Nos cuesta asumir que a las máquinas se les pueda conferir estatus de persona aunque solo sea en el terreno fiscal, a la hora de pagar impuestos. Sin embargo, la parte menos racional de nosotros, la que juzga por cuestiones como la raza, funciona del mismo modo con ellos, los hojalatas, que con nuestros congéneres. Menuda paradoja.

Lo cierto es que de paradojas, más o menos dramáticas, más o menos anecdóticas, está lleno este mundo de gadgets e internet omnipresentes. Sobre todo las redes sociales, por supuesto. Una de ellas es la conocida como efecto cheerleader (animadora) o paradoja de la dama de honor. ¿Por qué la gente de las fotos de Facebook nos parece más atractiva cuando sale en grupo? ¿Por qué luego llegamos a las fotos en solitario y decimos «pues vaya, no era para tanto»?

Se debe a ese efecto que Barney Stinson bautizó en Cómo conocí a vuestra madre y que psicólogos estadounidenses comprobaron hace solo unos años. Al mostrar a un centenar de voluntarios una imagen grupal y luego un recorte de uno solo de los componentes, la valoración era abrumadoramente mejor en el primer caso, independientemente del género del retratado. ¿Funcionará también en Tinder?

Ligues o calabazas aparte, hay otra paradoja que nos saca de quicio cuando hacemos ese scroll interminable que tanto nos deprime, pero tanto nos gusta, por los muros de nuestros contactos. Siempre parece que son todos más felices y que tienen muchos más amigos que nosotros. Da igual a quién preguntes, seguro que lo piensa. Aunque sea obvio que es imposible, porque si a todos nos lo parece, alguien tendrá que estar equivocado…

La ciencia también le ha dado nombre a estos fenómenos: los llaman paradoja de la amistad y paradoja de la felicidad, respectivamente, aunque en el fondo la explicación es la misma: se deben a una mala pasada de la estadística. Las personas más populares suben la media de amigos de tus amigos. Son pocos, pero su efecto (psicológico) es enorme. Los comunes de entre los mortales, mientras tanto, percibimos que los demás tienen más éxito social. Lo paradójico es que somos mayoría.

También te habrás fijado, aunque puede que ya sepas el porqué, en que Facebook te avisa de varios cumpleaños a la vez muy a menudo. De hecho, cuando es el tuyo, habrás notado que coincide con el de otra gente, algo que a primera vista parece una casualidad enorme, sobre todo si no tienes el millón de amigos que decía la canción.

Lo cierto es que la probabilidad de que dos personas compartan fecha de nacimiento en un grupo de tan solo 23 miembros ya es del 50%. En uno de 57 individuos, asciende al 99%. Por eso en el selecto club de tus contactos de la red social, que quizá será más numeroso, lo más habitual es que los aniversarios vengan, como mínimo, de dos en dos. Y así es como se van en felicitaciones las primeras horas productivas de tu día. Si se queja tu jefe, dile que la paradoja del cumpleaños tiene la culpa.

Si te pones a indagar, a bucear entre papers, la lista es mucha más larga. La paradoja del spoiler justifica que nos gusten más las series y películas si sabemos lo que va a pasar de antemano (y si no que se lo digan a Netflix).

Por la paradoja de la elección, cuantas más opciones tenemos a nuestro alcance, menos nos satisface lo escogido (y por eso el gran reto de Amazon es que comprar resulte fácil).

Y luego está la paradoja de la privacidad: como un empleado de HP demostró ya en 2001, decimos que nos preocupa lo que vaya a pasar con nuestros datos mientras rellenamos formularios con todo lujo de detalle para que nos hagan cualquier mísero descuento.

Se suponía que la omnipresencia de los gadgets e internet nos iba a hacer la vida más fácil, pero demasiado a menudo nos la complica. Eso sí que es una paradoja.

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