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‘Catfishing’: el morbo de ser otro

Ocurre más a menudo de otro modo: te agrega una mujer o un hombre escapados de un anuncio de colonia, o también personas menos pretenciosas, de andar por casa. Revisas su perfil, no hay amigos en común, nada os une, pero quiere conocerte. Desde el minuto dos, coquetea como un pavo real.

Son catfish o perfiles falsos. Se acercan a ti para crear un vínculo amoroso o de amistad; buscan información comprometida, fotografías íntimas; quieren asentar las bases de un futuro chantaje o, simplemente, divertirse manipulándote o inventando la vida que siempre desearon. Pueden ser personas lejanas o enemigos personales. Algunas tapaderas son muy cutres, pero los hay que fabrican su coartada delicadamente y te la cuelan.

El término catfish se escuchó por primera vez como título de un documental de Henry Joost y Ariel Schulman que narraba la historia de un engaño amoroso. Fue en 2010. Desde entonces, usar redes o aplicaciones para buscar relaciones se ha normalizado: ya no es cosa de frikis que acuden al Diario de Patricia; ligar online hoy transmite modernidad, audacia y apertura mental.

El catfishing funciona porque se ha normalizado que los vínculos personales puedan nacer y pervivir en internet. Los hay que usurpan foto, nombre y oficio de otro, y construyen una red de contactos creíble, algunos en común contigo. Una petición de amistad –aunque la rechaces– puede ser la confirmación de que te han estado observando.

Son agradables, simpáticos, empáticos; les gustan las mismas películas que a ti, los mismos libros o deportes. Poseen, además, una biografía llamativa, intrigante. Circulan a cientos por las aplicaciones de citas, pero aquí su éxito es menor: los usuarios desconfían incluso de los perfiles verdaderos; saben que todos se recrean a sí mismos cuando ligan. Pero en redes genéricas como Facebook y Twitter las defensas bajan. La naturaleza de la red los legitima.

Son afables pero huidizos, siempre hay una barrera que impide materializar un encuentro. Su razón de ser es la distancia. Disfrutan del morbo de mostrar actitudes que nunca adoptarían bajo su propia identidad. Seducen, manipulan, son crueles o chulos sin responsabilizarse del efecto de su comportamiento.

La necesidad de salir de uno mismo es tan humana que hubo que concentrarla en un día y crear el carnaval: una noche para ser nadie rodeado de nadies. Internet ofrece una versión permanente y descompensada de ese rito. Puedes disfrazarse mientras los otros visten su propia (y frágil) piel. Una tentación golosa.