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Casi el 50% de los empleos en Chile podría ser realizado por máquinas. ¿Qué nos queda para el futuro?

Si en 2050 alrededor de la mitad de nuestros trabajos serán ocupados por robots, ¿en qué diablos trabajaremos los seres humanos? Varios autores proponen su visión al respecto, y no es para nada negativa, ¡pero sí requiere de adaptación al cambio!

Cargando tu bolso y tu lonchera, llegas a la pega como todos los días. Pero, ¡oh, sorpresa!, te encuentras con un impecable robot ocupando tu escritorio. Vas a la oficina de tu jefe y le pides una explicación, y él te dice que -sumando y restando- se dio cuenta que el nuevo colega con tuercas hacía el trabajo mucho mejor que tú, no se enfermaba nunca, no se cansaba, no cometía errores y ni siquiera paraba para almorzar. “¿Y qué haré yo ahora?”, le preguntas. “¿Ves el perro amarrado junto al escritorio?”, te dice. “Su trabajo es evitar que tú interfieras con el robot; el tuyo, alimentar al perro”.

Este viejo (y dramático) chiste sobre la Inteligencia artificial, podría empezar a tener ribetes de realidad a mediados de este siglo, cuando la automatización de los procesos laborales, comience a descartarnos como trabajadores en muchas áreas.

Quizás no sea un robot con brazos y piernas el que nos reemplace, pero sí un buen software lleno de algoritmos y otros elementos. ¿Con qué nos quedaremos entonces? ¿Qué nos distinguirá de las máquinas? ¿Cuál es nuestra ventaja comparativa respecto a ellas? Encontramos varias respuestas sugerentes, y aquí te las mostramos.

El peor escenario

A mediados de este siglo, gran parte de los chilenos estaremos aún vivos. Tendremos 50, 60, 70 u 80 años, y es probable que una porción importante aún estemos dentro del mercado laboral. Pero es inquietante saber que para esa época, 3,2 millones de empleos en Chile podrían ser automatizados, de acuerdo a lo diagnosticado por la consultora McKinsey. El 49% de los empleos que realizan personas hoy en el país, tienen el potencial de ser reemplazados por máquinas.

Solamente en el sector del retail, serán desechados 80 mil empleos, lo que corresponde al 51% de sus trabajadores. Así esta industria podrá ahorrarse US$9 mil millones (5,6 billones de pesos).

Además, todo indica que la automatización llegará hasta áreas antes impensadas: servicios de abogados (mediante softwares que señalen, por ejemplo, si es que hubo efectivamente una infracción del tránsito), gestión empresarial (algoritmos para hacer despidos y contrataciones) e incluso (snif!) medios de comunicación, a partir de programas computacionales capaces de redactar artículos.

Las profesiones más susceptibles de ser reemplazadas seránlas que impliquen un trabajo físico o procedimientos estructurados (panadero, peajista o trabajadores de comida rápida, por ejemplo), mientras que aquellas que impliquen negociación, persuasión y originalidad, tenderán a mantenerse ocupadas por personas (profesor o analista financiero, por ejemplo).

En este escenario,algunos vaticinan que reinará el desempleo y, en un país cada vez más envejecido y con malas pensiones, esto será grave. ¿Qué nos quedará entonces? ¿Todas las proyecciones son así de negativas? Claro que no, tendremos un rol fundamental como seres humanos en este proceso, y hay varias ideas interesantes al respecto.

No somos siempre más creativos, pero tenemos sensibilidad social

¿Somos más creativos que las máquinas? De guata, la mayoría respondería, ¡sí, por supuesto! Pero un nuevo concepto podría hacer tiritar esta premisa (además de que ahora sabemos que pueden crear su propio lenguaje y aprender complejos juegos sin ayuda del ser humano).

A diferencia de las máquinas, nosotros contamos con conocimiento de larga data sobre las cosas y las forman en que se han hecho y se hacen. Si se nos da el desafío de crear un chasis de automóvil, probablemente nos enmarquemos dentro de los cánones, los materiales y las formas, de lo que ya conocemos que se ha hecho por años.

Pero si este mismo desafío se le propone a un software que no conoce ni nunca ha caracterizado las partes de un automóvil, pero se le otorgan todos los detalles sobre sus funciones, es probable que nos sorprenda con algo absolutamente novedoso. Y ya lo ha hecho:

 

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Proyecto Dreamcatcher fue una iniciativa que, tras este reto, creó un modelo en 3D que en nada se parece a un chasis convencional de automóvil, sino más bien a un cráneo de ballena (lo que tiene mucho sentido, porque la naturaleza sí que ha sido inteligente en sus diseños, producto de millones de años de evolución).

Este concepto de creación digital, automatizada y totalmente original, se llama diseño regenerativo, y es capaz de explorar innumerables posibilidades hasta encontrar la solución más inteligente. ¿Qué nos queda a nosotros entonces?

Los investigadores de tecnología Andrew McAfee y Erik Brynjolfsson, tienen una interesante respuesta que expusieron en TED. Ellos postulan que los seres humanos somos esencialmente interpersonales; seres sociales que vivimos en grupo y en permanente sintonía con otros. Esta sensibilidad social es nuestra ventaja comparativa, y debemos sacarle el jugo desde ya. ¿Cómo? Conociendo cuáles serán las ocupaciones menos afectadas por la revolución tecnológica que se viene.

Estos trabajos, de acuerdo a la investigadora del MIT Deb Roy, son los que aplican en el día a día algunas emociones humanas, tales como compasión, orgullo, vergüenza, envidia, justicia y solidaridad. Ella pone el ejemplo de un entrenador de deportes en una secundaria. Seguramente una máquina podría enseñar y poner en práctica todas las mejores estrategias de juego, ¿pero sabría elegir a los líderes naturales del equipo o quitarles la frustración tras una derrota?

Probablemente, no. Entonces postula que las máquinas deberían tomar decisiones tácticas, pero dejar a las personas el trato humano cotidiano y la necesidad de persuadir a los involucrados (o en el caso de la salud: permitir que la máquina dé diagnósticos y opere, pero dejar al médico el trato y la comunicación con el enfermo).

Seremos un eslabón clave en la cadena de trabajo

El economista David Autor, también postula que los seres humanos tendremos grandes oportunidades de trabajo en el futuro. Él pone el ejemplo de los cajeros automáticos que vinieron a reemplazar a miles de cajeros humanos entre los ´70 y los ´90 en Estados Unidos. Esta nueva tecnología también hizo más barato abrir nuevas sucursales, por lo tanto se requirieron más empelados. Eso sí, estos ya no tenían la labor de expender dinero al cliente, sino más bien de vender servicios y forjar relaciones (trabajos que sacaban ventaja de la sensibilidad social, propia de nuestra especie).

Otro economista, Michael Kremer, cree que en el futuro las cadenas de trabajo se harán más relevantes que nunca. Se refiere a los pasos entrelazados que hacen que un proyecto o servicio sea eficiente, o bien, que un producto sea fabricado.

Aquellos eslabones a cargo de los seres humanos, que requieren de habilidades sociales, se harán fundamentales. Esto se aplicará en todo ámbito, por ejemplo, en las construcciones automatizadas de edificios o en la enseñanza automatizada dentro de una sala de clases. Son esos pequeños y cuidadosos detalles comandados por humanos, los que harán la diferencia entre una cadena exitosa o un total fracaso.

El tema está en que se necesitará un enorme refuerzo en la educación, pues los empleos que hacen uso de este tipo de aptitudes sociales, son las profesiones y no las ocupaciones “de habilidad media” (que no requirieron de estudios superiores). Entonces, lo peligroso es que se acabe reemplazando a la clase media y baja en sus labores, para beneficiar a los más ricos y preparados.

Así y todo, David Autor está seguro que como humanidad podremos superar este escollo, tal como nos ha sucedido con otros tantos a lo largo de la historia: cuando la revolución industrial reemplazó el trabajo de miles de campesinos o, a escala más pequeña, cuando las salitreras se vinieron abajo tras la invención del salitre sintético.

Si algo nos caracteriza, es nuestra capacidad de adaptación, y no hay razones para pensar que no lo lograremos en esta ocasión. Posiblemente habrá un millón de obstáculos y, por ahora, no tenemos todas las respuestas.

Las máquinas traerán productividad, progreso y cubrirán cientos de nuestras necesidades, pudiendo ser también una oportunidad para acabar con trabajos pesados. Todo está en verlo como un complemento, sacar provecho de ello y dedicarnos a fortalecer lo mejor que tenemos: relaciones humanas, instituciones, leyes, regulaciones y, en pocas palabras, cultura.

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