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Nuevo conocimiento como palanca para el desarrollo

José Miguel Benavente, Ph.D. Economía, Universidad de Oxford y consejero de CNIC

para Diario Financiero

José Miguel Benavente

En días recientes ha vuelto a la palestra la discusión sobre qué pasaría con nuestra economía si el precio del cobre comienza a bajar en forma sostenida. Algunos, casi en una actitud de avestruz tienden a esconder la cabeza y tratar de convencernos de que eso nunca pasará. O que nuestra economía goza de una extraordinaria salud fiscal y monetaria y que ello no generará problemas.

Los datos que tenemos sobre nuestra situación productiva actual no son muy alentadores. Es cierto que hemos crecido a un ritmo interesante estos últimos años, aunque parte de ello se explica por la recuperación del ciclo post terremoto. Pero hay temas estructurales que me preocupan. Por una parte, si se excluye el sector minero el resto de la economía no presenta el vigor que muchos parecen atribuirle. Si bien, tal como lo señala un informe reciente de Fundación Chile, cerca de 10% de toda la fuerza laboral del país está directa o indirectamente vinculado con el sector minero, el resto de los trabajadores no lo está pasando nada de bien. La productividad total de factores no crece mucho y los pocos sectores donde esto ocurre son aquellos con una dotación de mano de obra menos calificada. La calidad de los empleos tampoco es de lo mejor. Y también sabemos que nuestra canasta exportadora en vez de diversificarse para hacerla menos sensibles al vaivén de China, se ha ido peligrosamente concentrando. Y para remate, el tipo de cambio está en el piso, por lo que se hace difícil que otros sectores productivos con orientación exportadora surjan en forma vigorosa. ¿Qué hacer entonces?

Partir reconociendo que todo esto se ha debido a una laxitud en la forma en que enfrentamos estas situaciones, pensando de que el cobre será por siempre nuestra salvación. Pero se necesita ir un paso (o varios pasos) más allá. Por ejemplo, hace mucho tiempo que se viene diciendo que se requiere incorporar conocimiento nuevo a la estructura productiva del país. Ello puede impulsar la aparición de nuevos sectores, nuevos productos, nuevas exportaciones, aunque obviamente estarán vinculados a los recursos naturales, lo que no tiene nada de malo. Lo complejo es que se observe poco de aquello en estos días. Sin ir más lejos, hoy tanto la acuicultura como la producción vitivinícola están pasando por serios problemas. Algunos de ellos pudieron haberse mitigado con una buena base investigación aplicada y una visión de mediano plazo. Aunque es bueno darse cuenta que mucho del conocimiento que se necesita es sector y región específico por lo que no es trivial comprarlo en el exterior -pues no existe, ni desarrollarlo lejos de donde están los problemas- componente tácito de dicho conocimiento.

Tenemos que convencernos lo que la evidencia histórica y la de otros países nos sugiere. Necesitamos incrementar el esfuerzo en generación de nuevo conocimiento que pueda aplicarse a solucionar problemas productivos como también a crear nuevas ventajas competitivas. Requerimos de una buena discusión estratégica que esté atenta a estos problemas y la fundamental relevancia que tiene construirla desde los problemas y desde el terreno y no necesariamente desde los laboratorios ni desde Santiago. Y es mejor que partamos pronto para que después no lo lamentemos.