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Por qué la tiranía podría ser el resultado inevitable de la democracia

por Lawrence Torcello

Platón, uno de los primeros pensadores y escritores sobre la democracia, predijo que dejar que la gente se gobernara a sí misma llevaría a las masas a apoyar el gobierno de los tiranos.

Cuando les digo a mis estudiantes de filosofía de nivel universitario que en el año 380 a.C. “brota la tiranía de la democracia”, a veces se sorprenden, pensando que es una conexión chocante.

Pero mirando al mundo político moderno, me parece mucho menos descabellado ahora. En naciones democráticas como Turquía, el Reino Unido, Hungría, Brasil y Estados Unidos, los demagogos antielitistas están montando una ola de populismo alimentada por el orgullo nacionalista. Es una señal de que las restricciones liberales a la democracia se están debilitando.

Para los filósofos, el término “liberalismo” significa algo diferente de lo que significa en la política partidista de Estados Unidos. El liberalismo como filosofía prioriza la protección de los derechos individuales, incluyendo la libertad de pensamiento, religión y estilo de vida, contra la opinión de las masas y los abusos del poder del gobierno.

¿Qué salió mal en Atenas?

En la Atenas clásica, cuna de la democracia, la asamblea democrática era un escenario repleto de retórica no limitada por ningún compromiso con los hechos o la verdad. Hasta ahora, me resulta familiar.

Aristóteles y sus estudiantes aún no habían formalizado los conceptos y principios básicos de la lógica, así que aquellos que buscaban influencia aprendieron de sofistas, maestros de la retórica que se concentraban en controlar las emociones de la audiencia en lugar de influir en su pensamiento lógico.

Allí estaba la trampa: El poder pertenecía a cualquiera que pudiera aprovechar la voluntad colectiva de los ciudadanos apelando directamente a sus emociones en lugar de utilizar pruebas y hechos para cambiar de opinión.+

Manipular a la gente con miedo

En su “Historia de la Guerra del Peloponeso“, el historiador griego Tucídides ofrece un ejemplo de cómo el estadista ateniense Pericles, que fue elegido democráticamente y no considerado un tirano, fue capaz de manipular a la ciudadanía ateniense:

“Cada vez que sentía que la arrogancia les daba más confianza de la que merecía la situación, decía algo para infundirles miedo; y cuando, por otro lado, los veía temerosos sin una buena razón, les devolvía la confianza. Así que lo que era en nombre de una democracia era en la práctica el gobierno del hombre más importante”.

El discurso engañoso es el elemento esencial de los déspotas, porque los déspotas necesitan el apoyo de la gente. La manipulación demagógica del pueblo ateniense dejó un legado de inestabilidad, derramamiento de sangre y guerra genocida, descrito en la historia de Tucídides.

Esa es la razón por la que Sócrates -antes de ser condenado a muerte por voto democrático- reprendió a la democracia ateniense por su elevación de la opinión popular a expensas de la verdad. La historia sangrienta de Grecia es también la razón por la que Platón asoció la democracia con la tiranía en el libro VIII de “La República”. Era una democracia sin restricciones contra los peores impulsos de la mayoría.