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Si la escuela no puede vencer a las nuevas tecnologías, ¿por qué no aliarse con ellas?

Menos de diez años después de su aparición, los móviles se han convertido en una parte central de nuestras vidas. Y esta propuesta, de hecho, parece reconocer que la escuela no se ve todavía capaz de afrontar este profundo cambio en nuestras relaciones con la realidad, con los demás y con la información. Y probablemente tenga razón. Puede ser lo más prudente dejar pasar una especie de moratoria antes de afrontar el uso de la tecnología digital en los colegios y centrarse por ahora en lo que la escuela sí sabe hacer. Sobre todo si, más allá de los experimentos puntuales y de las iniciativas personales de los profesores, se trata finalmente de permitir que los móviles entren en el sistema educativo de manera masiva, como ya lo han hecho en otros ámbitos (vida cotidiana, salud, deporte…).

La razón de esta lógica resistencia es, en última instancia, simple: los ordenadores portátiles y las tabletas no se fabricaron y desarrollaron para usarse en la escuela. Y de momento no hay razón para pensar que su uso en los colegios pueda servir de base para un proyecto pedagógico.

Las pantallas no son saludables para los niños

De hecho, hoy en día, el uso habitual de los portátiles y las tabletas en casa y en el colegio es casi exclusivamente a través de pantallas, como en todas partes. Esto supone que todo el mundo pase a estar frente a las pantallas varias horas al día. Muchos países han alertado ya sobre el impacto de esos aparatos en el desarrollo de los niños.

Actualmente se están llevando a cabo investigaciones para desarrollar un sistema digital sin pantalla, especialmente para los niños pequeños. Se trata, por ejemplo, del proyecto dirigido por la joven diseñadora Marion Voillot de París (ENSCI Les Ateliers en colaboración con el IRCAM y el CRI de París) sobre el uso de los sensores de los teléfonos móviles para registrar los movimientos de los niños. Ella trabaja en torno a la motricidad fina y la producción de movimientos y gestos que son como signos, también como un primer acercamiento a la escritura manual. También Kim Smith, del MIT Media Lab, se hace las mismas preguntas: cómo hacer que los niños, que vivirán en el mundo futuro, se acerquen al universo digital evitando las pantallas y centrándose en el movimiento, los gestos y la interacción con la vida real.

Yo creo que esta prohibición legal aprobada ahora sólo puede ser una decisión provisional. El período de pausa (soñemos por un momento) decretado legalmente debería sobre todo permitir preparar el futuro transformando el uso de estos dispositivos y poniéndolos al servicio de la educación dentro y fuera de la escuela.

Esto es lo que sucede ya en el ámbito de la salud y el deporte en la atención a la tercera edad. ¿Por qué no para la educación?

“¡Es perfecto para el juego!” Así es como Steve Jobs (fundador de Apple) presentó un portátil hace 10 años. ¿Podemos convertirlo en un objeto “perfecto para aprender”? ¿Cómo hacer para adentrarse en la era digital reconectando la vida dentro y fuera del colegio?

La escuela es el lugar que prepara a los niños para el porvenir, que es su propio futuro como actor en un mundo que ahora resulta completamente desconocido e imprevisible, pero que ya está invadido por la tecnología digital.

Sólo en Francia ya hay decenas de millones de aparatos. Para mí, como profesor, es una verdadera prueba de fuerza pedagógica: los utilizamos todo el tiempo, independientemente de nuestra edad, educación, intereses personales, estatus social, situación económica y estilo de vida. Todo lo que tienes que hacer es mirar a tu alrededor para comprobarlo. Los hemos incorporado a nuestra vida en pocos años.

El sistema educativo tiene una misión clara en la estructuración de nuestras vidas. Esto es así. Incluso debería seguir siendo el referente común frente a todo lo demás. Sin embargo, se enfrenta a una dura competencia con el nuevo actor en escena que es la tecnología digital. Sin mayor esfuerzo, lo digital está redefiniendo, en el ámbito público, profesional y privado, nuestro acceso a la información y al conocimiento, nuestra relación con los demás.

Y esto sucede sin necesidad de pasar por un largo y difícil aprendizaje guiado por un profesor, sin un manual, sin instrucciones de uso. Por el contrario, lo hacemos todo solos y sin que sea necesaria esa idea del esfuerzo tan apreciada en nuestra enseñanza tradicional. La consigna es más bien: “Es sólo placer”.

Estos dos sistemas totalmente separados, por lo tanto, tienen filosofías antagónicas sobre cómo estamos en el mundo. La prohibición de Emmanuel Macron refleja esta incompatibilidad al separar la escuela y el teléfono móvil.

Si no hay escuela, siempre hay un smartphone…

De hecho, por el momento, el colegio y lo digital ya tienen cada uno sus momentos del día. Un artículo de Tamar Lewin en el New York Times, que ya es antiguo (2010), destaca: “Si tus hijos están despiertos, probablemente están en línea”. Como todos los demás observadores del fenómeno, el articulista constata que las conexiones a internet se prolongan durante varias horas al día. Sólo le basta mirar a su alrededor para constatarlo. Cada persona, cuando llegue a los 20 años, habrá pasado casi tanto tiempo en la escuela como conectado a una pantalla. Si no hay escuela, siempre hay un smartphone…

Un niño conectado realiza actividades que elige él solo y sin apoyo ni atención real de los adultos durante una gran parte de su tiempo libre. Todos los padres saben esto.

¿La prohibición de los teléfonos móviles en la escuela significaría, pues, que el sistema educativo renuncia claramente a intervenir en esa inmensidad de tiempo conectado y que, como hemos visto, es tanto como el que pasa en el colegio?

El smartphone, en competencia directa con la pedagogía. Pexels

¿Podríamos afirmar que la escolarización basada en el aislamiento digital es suficiente para que la escuela sea el factor determinante, junto con la familia, en el desarrollo de un niño? Esto significaría considerar que los móviles son, en última instancia, sólo herramientas que aceleran todo, pero que no cambian en esencia nuestras vidas ni la forma en que nos relacionamos. La llegada a gran escala de la post-verdad y sus consecuencias en las redes sociales no parece casar con esta idea.

Dar marcha atrás y dejarle la mitad del tiempo del desarrollo de un cerebro joven a un sistema que avanza sin una preocupación real por la educación parece una postura muy arriesgada. Si nos instalamos en esta separación entre la escuela y lo digital, es dudoso que la escuela sea capaz de hacer frente a la situación real.

Nadie está diciendo que sea fácil resolver el problema. Nadie tiene la experiencia para dar una solución por sí solo. Pero lo bueno es que también es un proyecto emocionante y muy estimulante para todos, para empezar a pensar en la educación y la enseñanza en el mundo venidero. Tanto para niños como para adultos. Dentro y fuera de la escuela.

This article was originally published in French