Recupero la ya clásica viñeta de Patrick Chapatte sobre la cibervigilancia para ilustrar mi columna en El Español esta semana: se titula “Atavismos o premoniciones“, e intenta descifrar hasta qué punto los ejemplos de uso distópico de la tecnología de regímenes no democráticos o teocráticos como China o algunos países del mundo árabe son meros atavismos que, con el tiempo, evolucionarán para desaparecer, o son auténticas premoniciones que reflejan cómo seremos las sociedades occidentales dentro de no muchos años.
China se convierte oficialmente en el reflejo real de la película “Minority Report” al crear una herramienta de pre-crimen, que intenta, a partir de los datos de navegación en la red, de movimientos de la persona recogidos mediante GPS y a través de en cámaras en la calle y de análisis de transacciones financieras, analizar la propensión de un ciudadano a convertirse en activista o en terrorista, usando big data, inteligencia artificial,machine learning. En algunos emiratos árabes o en Arabia Saudí, pertenecer al colectivo LGBT, ser una mujer “demasiado independiente” o simplemente reunirte con quien no debes puede hacer saltar alarmas en determinadas agencias estatales. Son países en los que nadie pregunta si es lícito o no que el Estado acceda a los datos de los ciudadanos, donde no tiene sentido ninguno hablar de órdenes de registro o de peticiones judiciales de intervención, donde directamente se da por sentado que eso tiene que poderse hacer así. Países que dedican más personas a vigilar las actividades de otras que a su propio ejército.
Casos como el acoso del FBI a Apple para conseguir que reconozca que sus productos tienen necesariamente que poder ser vigilados e intervenidos por ellos resultan especialmente preocupantes precisamente por eso: porque nos sitúan en un futuro en el que ya nadie se preguntará si eso debe ser así o si tenemos una serie de derechos inalienables entre los cuales un día se encontró la privacidad. Que las empresas privadas me espíen utilizando unos términos de servicio que nadie parece leerse me preocupa, pero después de todo, entiendo que intenten generar un beneficio económico gracias al estudio y explotación de mis hábitos y preferencias. Que conviertan mi televisor del salón en un micrófono que escucha mis conversaciones como en el libro de Orwell me parece alucinante, distópico e inaceptable, sí. Pero lo que de verdad me preocupa es que esos datos no terminen siendo explotados por una compañía para ganar más dinero, sino en manos de un gobierno que aspira a vigilar todo lo que hago. Eso sí me preocupa de verdad.
Un mundo donde muchos políticos y gobernantes, al ver el caso de China o del mundo árabe, no lo miran con preocupación y conmiseración hacia unos ciudadanos sometidos a un régimen que les desprotege de sus derechos fundamentales, sino con auténtica envidia, con esa mirada de “ya podrían dejarnos a nosotros hacer lo mismo”. Y de verdad, políticos de esos, conozco unos cuantos… no hay más que ver la Ley de Seguridad Ciudadana!
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Recupero la ya clásica viñeta de Patrick Chapatte sobre la cibervigilancia para ilustrar mi columna en El Español esta semana: se titula “Atavismos o premoniciones“, e intenta descifrar hasta qué punto los ejemplos de uso distópico de la tecnología de regímenes no democráticos o teocráticos como China o algunos países del mundo árabe son meros atavismos que, con el tiempo, evolucionarán para desaparecer, o son auténticas premoniciones que reflejan cómo seremos las sociedades occidentales dentro de no muchos años.
China se convierte oficialmente en el reflejo real de la película “Minority Report” al crear una herramienta de pre-crimen, que intenta, a partir de los datos de navegación en la red, de movimientos de la persona recogidos mediante GPS y a través de en cámaras en la calle y de análisis de transacciones financieras, analizar la propensión de un ciudadano a convertirse en activista o en terrorista, usando big data, inteligencia artificial,machine learning. En algunos emiratos árabes o en Arabia Saudí, pertenecer al colectivo LGBT, ser una mujer “demasiado independiente” o simplemente reunirte con quien no debes puede hacer saltar alarmas en determinadas agencias estatales. Son países en los que nadie pregunta si es lícito o no que el Estado acceda a los datos de los ciudadanos, donde no tiene sentido ninguno hablar de órdenes de registro o de peticiones judiciales de intervención, donde directamente se da por sentado que eso tiene que poderse hacer así. Países que dedican más personas a vigilar las actividades de otras que a su propio ejército.
Casos como el acoso del FBI a Apple para conseguir que reconozca que sus productos tienen necesariamente que poder ser vigilados e intervenidos por ellos resultan especialmente preocupantes precisamente por eso: porque nos sitúan en un futuro en el que ya nadie se preguntará si eso debe ser así o si tenemos una serie de derechos inalienables entre los cuales un día se encontró la privacidad. Que las empresas privadas me espíen utilizando unos términos de servicio que nadie parece leerse me preocupa, pero después de todo, entiendo que intenten generar un beneficio económico gracias al estudio y explotación de mis hábitos y preferencias. Que conviertan mi televisor del salón en un micrófono que escucha mis conversaciones como en el libro de Orwell me parece alucinante, distópico e inaceptable, sí. Pero lo que de verdad me preocupa es que esos datos no terminen siendo explotados por una compañía para ganar más dinero, sino en manos de un gobierno que aspira a vigilar todo lo que hago. Eso sí me preocupa de verdad.
Un mundo donde muchos políticos y gobernantes, al ver el caso de China o del mundo árabe, no lo miran con preocupación y conmiseración hacia unos ciudadanos sometidos a un régimen que les desprotege de sus derechos fundamentales, sino con auténtica envidia, con esa mirada de “ya podrían dejarnos a nosotros hacer lo mismo”. Y de verdad, políticos de esos, conozco unos cuantos… no hay más que ver la Ley de Seguridad Ciudadana!
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